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Internacional

El progreso se derrumba sobre doce almas anónimas

Una alegoría mordaz sobre la obsesión por el progreso y el precio oculto de los milagros de ingeniería.

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En un sublime acto de ofrenda al dios del Progreso Veloz, un coloso de acero aguamarina, erigido para glorificar la ingeniería humana sobre el sagrado Río Amarillo, decidió inclinarse en una reverencia fatal. La estructura, un arco que pretendía burlar a la gravedad, se desintegró con la elegancia de un azucarillo en el té, enviando a una docena de profetas del desarrollo a un encuentro prematuro con las estadísticas de productividad.

Las imágenes aéreas, capturadas por los sumos sacerdotes de la agencia Xinhua, no muestran el sacrificio humano, sino la herida estética en el paisaje: una sección del arco, ahora un moderno colgajo metálico, se mece sobre las aguas como un monumento a la hybris. Los cuatro desaparecidos son, oficialmente, partículas de polvo en el gran relato del crecimiento imparable, su desaparición un mero trámite contable en el gran libro de obra del régimen.

Desde Beijing, el coro de sirenas del progreso ya entona un nuevo himno a la resiliencia, asegurando que el puente se reconstruirá más alto, más rápido y con un color aguamarina aún más vibrante. Porque en esta fábula de cemento y acero, lo que verdaderamente se hunde no son los pilares, sino el valor de la vida humana frente al altar del milagro económico. Doce almas son el tributo exigido por la arrogancia, un peaje que la maquinaria de propaganda registrará como “daños colaterales” en el camino hacia la gloria.

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