El santo deseo político de convertir a su propia esposa

El vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, derecha, y su esposa Usha Vance.

Washington, EU.- En un espectáculo que habría hecho sonrojar a los mismísimos cruzados por su falta de sutileza, el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, proclamó ante una multitud universitaria su piadosa esperanza de que su consorte hindú abandone algún día sus ancestrales creencias para abrazar el cristianismo. Este sublime ejemplo de diplomacia conyugal ofrece una ventana privilegiada a los sublimes desafíos que enfrentan las parejas cuando el proselitismo se casa con el amor.

Expertos en la materia, aquellos seres mortales que asesoran a plebeyos sin portfolio político, insisten con tediosa insistencia en que el respeto mutuo y el diálogo franco son la clave. Qué idea tan prosaica comparada con la noble ambición de salvar el alma de tu propia esposa, aunque ello implique insinuar que su camino espiritual es, en el mejor de los casos, incompleto.

La sabiduría convencional sugiere que las intenciones veladas rara vez conducen al éxito marital. Pero, ¿acaso la sabiduría convencional ha ocupado jamás la segunda oficina más poderosa del mundo libre? Susan Katz Miller, autora de un libro sobre familias interreligiosas, declaró con una candidez casi ingenua: Respetar a tu pareja y todo lo que aporta al matrimonio —cada parte de su identidad— es fundamental. Palabras sensatas, sin duda, pero carentes del celo evangelizador que caracteriza a la verdadera ambición política.

Vance, quien experimentó su epifanía católica cinco años después de desposar a Usha Chilukuri Vance, compartió sus aspiraciones celestiales durante un evento de Turning Point USA. Allí, entre aplausos, explicó cómo espera que su esposa sea conmovida por las mismas revelaciones que a él lo transformaron. Una escena conmovedora: el estadista como misionero doméstico, evangelizando desde el corazón del hogar.

Las declaraciones provocaron el esperable escándalo entre aquellos que insisten en tomarse en serio el pluralismo religioso. La Fundación Hindú Americana señaló con descortesía que tales comentarios reflejan la creencia de que solo hay un camino verdadero hacia la salvación —un concepto que el hinduismo simplemente no tiene—. Qué molestos resultan a veces los detalles teológicos cuando uno está empeñado en una cruzada personal.

Frente a las críticas, el vicepresidente se apresuró a aclarar en las redes sociales que su esposa es la bendición más increíble en su vida, aunque aparentemente una bendición que espera remodelar doctrinalmente. No es cristiana y no tiene planes de convertirse, concedió magnánimamente, pero espero que algún día pueda ver las cosas como yo. He aquí la esencia del amor conyugal moderno en la esfera pública: Te amo tal como eres, pero te amaré más cuando pienses como yo.

Mientras tanto, en el mundo terrenal, las estadísticas revelan que los matrimonios interreligiosos se han duplicado en las últimas décadas. Parece que el vulgo insiste en enamorarse sin considerar adecuadamente los dogmas teológicos. John Grabowski, profesor de teología, explicó con solemnidad que si tu fe es lo más importante en tu vida, quieres compartirla con tu cónyuge. Una lógica impecable, aunque curiosamente aplicada de manera selectiva cuando quien profesa tal deseo ocupa un cargo de poder nacional.

La reverenda J. Dana Trent, casada con un ex monje hindú, ofreció una perspectiva herética: El objetivo de un matrimonio interreligioso no es convertir al otro, sino apoyar y profundizar las tradiciones y caminos de fe de cada uno. Qué concepto tan radical —el respeto mutuo como fundamento del amor—, tan claramente inadecuado para quienes deben demostrar su ortodoxia ante bases políticas que ven en la diferencia religiosa una afrenta existencial.

En este gran teatro de lo absurdo que es la vida política moderna, hemos llegado a normalizar la espectacular paradoja de líderes que predican libertad mientras secretamente anhelan la conversión de sus seres más cercanos. El mensaje es claro: en el matrimonio como en la política, la tolerancia es una virtud loable, siempre y cuando termine en asimilación.

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