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Internacional

El sublime arte de la capitulación disfrazada de diplomacia comercial

Una danza diplomática donde las represalias se disuelven en un abrazo de libre comercio condicionado.

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El Gran Teatro del Libre (y Condicionado) Comercio

En un acto de sumisión estratégica que los manuales de economía rebautizarán como “realpolitik comercial”, el Gran Norte Blanco, también conocido como Canadá, ha decidido desarmar su arsenal de represalias arancelarias. El primer ministro Mark Carney, en un alarde de pragmatismo que haría sonrojar a un marsupial, anunció con orgullo que su nación igualará las magnánimas exenciones que su vecino del sur, el Imperio de la Libertad Arancelaria Condicional, había otorgado graciosamente.

“Canadá tiene el mejor acuerdo comercial con Estados Unidos”, proclamó Carney, con la convicción de un hombre que descubre que su verdugo le permite elegir la soga. “Es diferente, sí, pero es mejor que el de cualquier otro país”, añadió, en lo que los lingüistas catalogarán como la definición más precisa del Síndrome de Estocolmo aplicado a la macroeconomía.

La Llamada de la Sumisión

Todo se decidió en una llamada telefónica entre Carney y el Gran Negociador, Donald Trump. “Tuvimos una muy buena llamada”, declaró el mandatario estadounidense desde su trono oval, tratando el destino de millones como si se negociara el precio de un caballo. “Queremos ser muy buenos con Canadá. Me gusta mucho Carney. Creo que es una muy buena persona”. Translation: encontró a alguien que no le discute.

Trump, en un arrebato de revisionismo histórico propio de un emperador romano, recordó al mundo que “Canadá y México se han apoderado de muchos de nuestros negocios a lo largo de los años”, omitiendo convenientemente que esos negocios se fueron voluntariamente buscando mano de obra más barata y regulaciones más laxas, en el sagrado nombre del capital.

El T-MEC: Un Acuerdo Tan Libre Como Un Zoológico

Así, el T-MEC, ese tratado que debe ser revisado en 2026 como si de una suscripción a un servicio de streaming se tratara, se mantiene. Es la ventaja única de Canadá: el privilegio de pagar por acceder al mercado más grande del mundo con una sonrisa y una tasa arancelaria promedio del 5.6%, la más baja entre todos los socios comerciales de EE.UU. ¡Qué honor!

Mientras tanto, los aranceles del 50% sobre acero y aluminio, esos “pequeños detalles sectoriales”, siguen en pie, recordatorio constante de que la amistad tiene un precio, y se paga en metal. Carney, con la elegancia de un bailarín sobre una cama de clavos, aseguró que Canadá mantendría sus aranceles sobre estos productos “mientras trabajamos intensamente para resolver los problemas allí”. Es decir, hasta que la otra parte decida lo contrario.

La Crítica desde el Reino de la Cordura

No todos tragaban la narrativa del “mejor trato posible”. Lana Payne, presidenta del mayor sindicato del sector privado canadiense, catalogó el anuncio no como una rama de olivo, sino como una retirada que solo invita a más agresión. “Retroceder en los contraaranceles no es una rama de olivo. Sólo permite más agresión de Estados Unidos”, sentenció, en un raro destello de lucidez en este ballet de absurdos.

En el gran cirio de la geopolítica, Canadá ha elegido su papel: el del equilibrista que sonríe mientras camina sobre la cuerda floja tendida entre la dignidad nacional y la dependencia económica. Un espectáculo grotesco donde la capitulación se viste de diplomacia y donde la soberanía se negocia por partes, con un descuento por volumen. Bravo.

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