El Gran Bazar de la Paz: O cómo vender espejismos a precio de realidad
KIEV, Ucrania — En un alarde de creatividad diplomática que haría palidecer a los más avezados vendedores de humo, el presidente Volodymyr Zelenskyy desveló ante la prensa un plan maestro de veinte puntos, una suerte de obra magna del wishful thinking geopolítico. La propuesta estelar, pulida en los dorados salones de Florida, consiste en un trueque de una elegancia pasmosa: retirar tropas del corazón industrial del este a cambio de que Rusia, el vecino que lleva cuatro años de visita inoportuna, haga lo propio. El área, milagrosamente transmutada, se convertiría en una zona económica libre desmilitarizada, vigilada por fuerzas internacionales que, se supone, deben creer en unicornios. La guinda de este pastel de buenas intenciones: someter la idea a referéndum, porque nada asegura la cordura como preguntarle a una población traumatizada por la guerra si le apetece un experimento social a gran escala.
No contento con esta perla, el mandatario extendió la lógica mercantil a la planta nuclear de Zaporiyia, actualmente bajo el “cuidado” ruso. La idea estadounidense de un consorcio a tres bandas, donde cada cual poseería un tercio de la ruleta rusa nuclear, fue recibida con una contrapropuesta de una genialidad sin par: una empresa conjunta entre Washington y Kiev, donde los primeros podrían, magnánimos, regalar parte de su participación a Moscú. Una suerte de “compre uno, lleve al invasor gratis”.
El Donbás: De campo de batalla a parque temático del capitalismo de posguerra
La cuestión del Donbás, ese territorio donde la realidad se partió en 2014, fue descrita por el propio Zelenskyy como “el punto más difícil”. Una joya del eufemismo. Rusia, que ha demostrado una avidez territorial digna de un coleccionista compulsivo, insiste en que Ucrania renuncie al pedacito que le queda. Zelenskyy, en cambio, sueña con una fuerza internacional custodiando la nueva zona económica libre. “Dado que no hay fe en los rusos”, argumentó con una sinceridad devastadora, se necesitan garantes para evitar la reaparición de los famosos “hombrecitos verdes” o de militares disfrazados de turistas con demasiado interés por los silos.
El plan, en su delirio meticuloso, prevé un cese de hostilidades de 60 días para celebrar el referéndum. Sesenta días de tregua en una guerra de años, un paréntesis de irrealidad para votar por una irrealidad mayor.
Garantías, ejércitos y elecciones: El kit completo de la farsa soberana
El borrador, una epopeya burocrática, incluye perlas como limitar el ejército ucraniano a 800.000 efectivos (un capricho moscovita convertido en cláusula), la promesa de un ingreso en la Unión Europea con fecha fija (porque Bruselas adora los plazos impuestos desde fuera), y garantías de seguridad “fuertes” al estilo del Artículo 5 de la OTAN. Es decir, todos los beneficios de la membresía sin la molestia de la membresía. Estados Unidos, en un arranque de generosidad sin precedentes, considera esto un regalo magno. Zelenskyy, haciendo de tripas corazón, lo celebra como un “paso sin precedentes”.
La reconstrucción, naturalmente, se financiaría con un fondo faraónico de 800.000 millones de dólares, una cifra que se anuncia con la misma ligereza con que se pide un café. El dinero llovería de capitales, subvenciones y la siempre confiable filantropía del sector privado, ansioso por invertir en campos minados y centrales nucleares en litigio.
Y para coronar el proceso, elecciones. Porque una guerra, una ocupación y un referéndum de paz no son suficientes drama democrático. Zelenskyy, cuyo mandato expiró teóricamente en 2024, se ofrece a someterse al veredicto popular, silenciando así las críticas del presidente ruso Vladímir Putin —un hombre que conoce tanto de mandatos limitados como un tiburón de vegetarianismo— y del expresidente estadounidense Donald Trump, quien parece creer que las guerras deben organizarse en torno al calendario electoral.
En resumen, el plan es un catálogo de deseos donde todo es negociable: la soberanía, la seguridad, la energía nuclear y la dignidad. Una farsa sublime donde se propone gestionar conjuntamente lo que fue robado, votar sobre lo que fue destruido y reconstruir con el dinero que nadie ha puesto. Una obra maestra de la diplomacia del siglo XXI, donde el absurdo no es un efecto colateral, sino la principal materia prima.













