El veto migratorio de Trump o cómo revocar sin revocar

WASHINGTON — En un giro digno de Kafka, el Departamento de Estado anunció solemnemente que las visas existentes no serán revocadas… a menos que, por supuesto, aún no hayan sido entregadas, en cuyo caso serán denegadas con la delicadeza de un mazo. Una jugada maestra de la administración Trump para demostrar que, en materia de incoherencia, nadie les gana.

El cable diplomático, filtrado con la discreción de un elefante en una cristalería, aclara que los actuales titulares de visas pueden respirar tranquilos… hasta que un agente fronterizo decida lo contrario. Porque, ¿qué mejor manera de fomentar la seguridad nacional que con un sistema donde las reglas son tan claras como el barro?

La nueva proclama, diseñada con la precisión de un borracho lanzando dardos, excluye a ciudadanos de países como Chad o Haití, cuyos peligrosos perfiles criminales incluyen… tener pasaportes de colores sospechosos. Eso sí, se hacen excepciones para atletas olímpicos, porque nada dice “protección nacional” como dejar pasar a un velocista eritreo siempre que corra lo suficientemente rápido.

Mientras Marco Rubio firma documentos con una mano y se tapa los ojos con la otra, los consulados reciben instrucciones de no revocar visas… salvo cuando deban hacerlo. Una política tan sólida como un castillo de naipes en un huracán, pero que sin duda será defendida con el rigor intelectual característico de esta administración: gritando “¡FAKE NEWS!” a todo volumen.

Lo único claro en este esperpento es que, mientras los burócratas debaten qué visas existen en el limbo jurídico, los únicos que pierden son aquellos ingenuos que aún creen en la coherencia de las políticas migratorias. Bienvenidos al circo, donde los malabares los hacen con derechos humanos y los payasos ocupan el Despacho Oval.