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Internacional

El volcán de Fuego revive su ira y obliga a evacuaciones masivas

El coloso guatemalteco despierta con furia, recordando su poder destructivo mientras comunidades huyen.

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En un espectáculo digno de los dioses enfurecidos, el volcán de Fuego, ese vecino incómodo que Guatemala no pidió pero no puede desalojar, decidió celebrar su temporada de rebeldía con una nueva erupción. Las autoridades, expertas en el arte de correr detrás de los desastres, confirmaron que el coloso escupió su descontento con flujos piroclásticos, esa deliciosa sopa de gases, ceniza y rocas que nadie pidió en el menú.

El Insivumeh, ese oráculo moderno que interpreta los gruñidos de la tierra, advirtió que el volcán no solo está de mal humor, sino que también está repartiendo ceniza como si fuera panfleto electoral. Mientras tanto, la Conred, esa heroína burocrática que siempre llega tarde al rescate, ya movilizó a 330 personas, aunque promete que el número aumentará, porque en Guatemala las tragedias siempre vienen en promoción: “lleve una, llévese dos”.

Wilver Guerra, un vecino que ahora puede añadir “sobreviviente volcánico” a su currículum, narró con la calma de quien está acostumbrado a que su casa pueda convertirse en Pompeya en cualquier momento: “Todo normal, solo un poquito de fuego… mejor evacuar”. Así es la vida al pie del volcán: un eterno “esto no es nada” hasta que de pronto lo es todo.

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Y como en toda buena tragedia griega, hay un coro de recuerdos: hace siete años, el Fuego escribió su capítulo más sangriento, borrando comunidades enteras como si fueran errores en un cuaderno. Hoy, mientras las cenizas caen como confeti macabro, Guatemala vuelve a bailar con el mismo monstruo, esperando que esta vez no pise tan fuerte.

Mientras tanto, la Ruta Nacional 14 se cerró, porque nada une más a un país que una carretera bloqueada, y 39 escuelas suspendieron clases, dando a los niños una lección práctica de geografía catastrófica. El volcán, indiferente a los protocolos humanos, sigue rugiendo, recordándonos que en este país, la naturaleza siempre tiene la última palabra… y suele ser “¡corran!”.

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