Fez se derrumba otra vez mientras las preguntas sobre la construcción persisten

RABAT — La noche del martes, el silencio en un barrio de Fez fue quebrado por un estruendo sordo. No fue un terremoto, sino el colapso de dos edificios de cuatro plantas que, en cuestión de segundos, se convirtieron en una tumba de hormigón para 22 personas. Las autoridades marroquíes confirmaron la cifra este miércoles, en lo que constituye el segundo derrumbe fatal en la ciudad este año. Pero, ¿qué hay detrás de estos sucesos que se repiten con aterradora frecuencia?

Un proyecto con nombre prometedor y cimientos cuestionables

La agencia estatal MAP reveló un dato crucial: las estructuras siniestradas fueron erigidas en 2006 bajo el paraguas de la iniciativa “Ciudad Sin Barrios Marginales”. Dieciséis heridos fueron trasladados a un hospital cercano, mientras los equipos de rescate continuaban su angustiosa búsqueda entre los escombros. La pregunta que flota en el aire polvoriento es incisiva: ¿Cómo es posible que edificios con menos de dos décadas de vida se desplomen de manera tan catastrófica? Las autoridades han abierto una investigación, pero el escepticismo es un residente más en estas calles.

La otra cara de la ciudad imperial

Fez, celebrada por sus zocos medievales y su condición de sede para la próxima Copa Africana de Naciones y el Mundial 2030, esconde una realidad menos fotogénica. Más allá de la fachada turística, se erige como uno de los núcleos urbanos más pobres del país, donde la infraestructura envejecida —y a veces, como se ve, la peligrosamente joven— es la norma. Este colapso no es un incidente aislado. En mayo, un edificio que ya estaba programado para evacuación se vino abajo, cobrándose 10 vidas. El medio Le360 documentó esa tragedia, que hoy parece un macabro presagio.

La crónica de una negligencia anunciada

Una investigación periodística persistente debe conectar los puntos. Las normas de edificación en Marruecos son, con frecuencia, letra muerta, especialmente en cascos históricos y zonas de crecimiento acelerado. Los testimonios de residentes y los informes de ingenieros consultados pintan un panorama de permisividad y control laxo. Las protestas que recorrieron el país a principios de año ya denunciaban esta paradoja: una inversión millonaria en estadios de fútbol de primer nivel, mientras los cimientos de las viviendas populares se agrietan. La falta de servicios básicos y el hacinamiento son el caldo de cultivo de estas tragedias.

La revelación final es amarga y conocida, pero no por ello menos urgente. Estos derrumbes no son “accidentes” fortuitos; son el síntoma de un fallo sistémico. Son el resultado de priorizar proyectos de imagen internacional sobre la seguridad cotidiana de la ciudadanía, de una fiscalización deficiente y de un modelo de urbanización que, en su prisa, olvidó lo esencial: que una casa debe ser, ante todo, un refugio seguro. Mientras Fez se alista para recibir las miradas del mundo en 2030, la mirada interna debe cuestionar qué precio se está dispuesto a pagar por el progreso, y quién lo está pagando realmente.

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