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Gaza, el teatro humanitario donde los disparos son el prólogo de cada ayuda

La absurda coreografía de la muerte sigue su macabro baile mientras cifras y justificaciones se disputan el escenario.

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Gaza, el teatro humanitario donde los disparos son el prólogo de cada ayuda

DEIR AL-BALAH, Franja de Gaza — En un espectáculo tragicómico que Jonathan Swift hubiera firmado sin pestañear, los ataques aéreos israelíes mataron a 15 palestinos este viernes, mientras un hospital —esa institución que inexplicablemente sigue abierta en medio del circo bélico— informaba de otras 20 muertes por tiroteos. ¿El crimen? Esperar comida. Algo tan subversivo como hacer cola para recibir un paquete de arroz bajo la mirada telescópica de fusiles.

La ONU, esa noble organización que cuenta cadáveres con la precisión de un notario pero la impotencia de un mudo, registró 613 asesinatos en un mes cerca de convoyes humanitarios. La portavoz Ravina Shamdasani, en un ejercicio de diplomacia surrealista, declaró: “No podemos atribuir responsabilidades, pero sí confirmamos que los palestinos mueren al intentar comer”. De esos crímenes, 509 ocurrieron en o cerca de los sitios de distribución de la Fundación Humanitaria de Gaza, una entidad que, según sus portavoces, opera con la misma seguridad que un casino en Montecarlo.

Mientras tanto, el ejército israelí, ese ente que investiga sus propios disparos con la objetividad de un lobo custodiando ovejas, insiste en que solo lanza tiros de advertencia. ¿Advertencia de qué? De que morir de hambre es, al parecer, un derecho humano más legítimo que morir por un disparo “accidental”.

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En el Hospital Nasser, los médicos —esos héroes anónimos que clasifican muertos como si fueran sellos postales— reportaron 20 fallecidos más cerca de los puntos de ayuda. Tres en Rafah, 17 en Jan Yunis. Todos con un denominador común: creyeron que acercarse a un camión de harina era menos letal que esquivar misiles.

Y mientras la cifra de palestinos muertos supera los 57.000 (sin distinción entre civiles y combatientes, porque en esta lotería macabra todos los números sangran igual), Hamás y sus socios discuten un cese al fuego propuesto por mediadores. Donald Trump, ese árbitro inesperado cuyo historial de pacificación rivaliza con el de Rambo, urgió a aceptar el acuerdo “antes de que empeore”. ¿Cómo? ¿Acaso hay un nivel más allá del “genocidio con cobertura en directo”?

La guerra, que comenzó con el ataque de militantes de Hamás en 2023, sigue su curso. Los testigos palestinos —esos narradores incómodos cuyo micrófono siempre parece estar roto— insisten en que los soldados disparan a quien se atreve a buscar pan. El ejército, mientras tanto, repite su mantra: “Solo eran advertencias”. Como si las balas llevaran subtítulos: “Disparo al aire (pero a veces se desvía)”.

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Así avanza el esfuerzo por detener la guerra: con reuniones en salones alfombrados, cadáveres en calles polvorientas, y una comunidad internacional que mira, cuenta, y sigue sirviendo café en tazas de “solidaridad selectiva”.

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