Internacional
Gaza vive entre balas y hambre mientras la guerra se eterniza
La tragedia se repite mientras el hambre y los bombardeos dibujan un paisaje de desesperación en Gaza.

En el paraíso burocrático de la Franja de Gaza, donde la muerte es tan rutinaria como los cortes de luz, el ejército israelí ha perfeccionado el arte de la “advertencia humanitaria”: disparar primero y preguntar después si había civiles en la línea de fuego. Este sábado, la contabilidad macabra sumó 20 nuevos nombres al registro de “daños colaterales”, porque nada dice “paz” como un misil bien dirigido.
Los puntos de distribución de alimentos, esa ingeniosa fusión entre caridad y campo de tiro, volvieron a ser escenario de la última innovación en ayuda humanitaria: balas nutritivas. Once palestinos descubrieron demasiado tarde que acercarse a un saco de arroz bajo la mirada de soldados israelíes es tan seguro como jugar a la ruleta rusa con un cargador lleno. Las autoridades militares, expertas en eufemismos, insisten en que solo eran “tiros de advertencia”, como si las balas pudieran decir “¡cuidado!” antes de impactar.
Mientras tanto, la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF), ese experimento filantrópico patrocinado por Occidente donde la comida llega menos que los obuses, anunció su cierre temporal. No por los bombardeos, claro, sino porque alimentar a civiles en una zona de guerra resulta ser… complicado. Los miles de hambrientos que se agolparon igualmente demostraron que, cuando se trata de elegir entre morir de un disparo o de inanición, la gente prefiere dejar el veredicto al azar.
En el sur, el Hospital Nasser recibió 16 cuerpos, incluidas cinco mujeres, porque nada equilibra mejor una ofensiva militar que mantener la cuota de igualdad de género en las estadísticas de víctimas. Israel, siempre atento a las críticas, negó cualquier tiroteo en la zona, sugiriendo que quizás los fallecidos se tropezaron solos con las balas perdidas que misteriosamente pululan por Gaza.
El nuevo sistema de ayuda, esa brillante idea de EEUU e Israel para reemplazar a la ONU, promete revolucionar el concepto de asistencia: ahora los palestinos pueden recorrer kilómetros bajo fuego cruzado para recibir una ración que Hamás —según la narrativa oficial— robará para revenderla. Por suerte, la ONU sigue intentando distribuir comida, aunque entre restricciones militares y anarquía creciente, sus esfuerzos parecen tan efectivos como repartir paraguas en un huracán.
La guerra, que ya cumple 20 meses, ha logrado lo impensable: hacer que Gaza —ese laboratorio al aire libre de destrucción masiva— se convierta en el mejor argumento para que la comunidad internacional siga emitiendo “profundas preocupaciones” mientras firma cheques para más armamento. Con 55.000 muertos, el 90% de la población desplazada y ciudades reducidas a escombros fotogénicos, solo queda preguntarse: ¿cuántas advertencias más harán falta antes de que alguien diga “basta”?
Mientras tanto, Irán y sus aliados observan desde lejos, esperando su turno en este juego de ajedrez geopolítico donde las piezas son cuerpos y los jaques mates se miden en titulares. Y así, entre drones, misiles y declaraciones de “legítima defensa”, Gaza sigue siendo el escenario perfecto para demostrar que, cuando se trata de matar civiles, la humanidad siempre supera sus propios récords.

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