La ofensiva judicial contra el hiyab en Irán representa un retroceso en un momento histórico: Paniz Faryousefi se convierte en la primera mujer en dirigir una orquesta con el cabello cubierto. El jefe del Poder Judicial, Gholamhossein Ejei, ha decretado la detención inmediata de cualquier individuo que “promueva la eliminación del velo”, acusando a colectivos “organizados y vinculados al exterior” de fomentar “anomalías sociales” mediante lo que denomina “propaganda de la desnudez”.
Esta directriz marca un brusco retorno a la línea más intransigente, tras meses de ambigüedad sobre una normativa que incrementaba las sanciones para las mujeres que no lo portaran, suspendida en diciembre y que desde entonces ha sido el epicentro de tensiones institucionales, fracturas religiosas y movilizaciones ciudadanas.
El contexto de la nueva represión
En este escenario de control social digital, se difundió la noticia, filtrada por la organización de derechos humanos Hengaw, sobre la desaparición de Hanieh Shariati Roudposhti, una joven promesa del taekwondo, cuya última imagen conocida la muestra entrenando sin hiyab en Teherán. Las autoridades guardan silencio, pero el caso amplifica el temor colectivo y el simbolismo en una nación donde desafiar el código de vestimenta se ha convertido en un acto cotidiano de resistencia para muchas mujeres.
La legislación del hiyab hunde sus raíces en la Revolución Islámica de 1979, pero fue con las protestas de 2022, desencadenadas por la muerte de Mahsa Jina Amini, cuando su imposición se transformó en un campo de batalla cívico y político. Desde entonces, el Parlamento ha impulsado castigos más severos, que, según filtraciones de marzo, podrían haber alcanzado hasta una década de prisión y elevadas multas para quienes promuevan la “desnudez” o la “indecencia”. Esta ley ha polarizado al país, y el ejecutivo optó por congelarla, temiendo una nueva ola de disidencia ciudadana.
Acciones y reacciones en un panorama fracturado
El presidente Masoud Pezeshkian también manifestó su oposición, habiendo expresado sus reservas en diciembre y declarando en febrero que no aplicaría una normativa “que genere problemas para la población”. Muchos interpretaron estas declaraciones como un reconocimiento tácito de la imposibilidad de mantener la obligatoriedad del velo en una sociedad transformada por décadas de activismo feminista y nuevas narrativas de género.
A pesar de ello, numerosas organizaciones no gubernamentales, incluido el Centro para los Derechos Humanos en Irán, advirtieron que la ley del hiyab no había sido derogada, sino que su aplicación era intermitente, y que la represión en Teherán había mutado, penalizando, por ejemplo, a comercios que permitían el acceso a mujeres con la cabeza descubierta.
Recientemente, las fuerzas de seguridad dispersaron manifestaciones a favor del hiyab que exigían la reinstauración de la ley suspendida, mientras el poder judicial alertaba sobre “infiltración” y “guerras culturales”.
Con la nueva directiva contra quienes “propagan la desnudez”, el reloj de los derechos retrocede. En medio de esta nueva ola de represión, la desaparición de la atleta Hanieh Shariati Roudposhti permanece en la más absoluta opacidad: sin explicaciones, sin actualizaciones. Solo un silencio institucional que, en el Irán actual, nunca anuncia buenas noticias.














