Israel deporta a Greta Thunberg y a 170 activistas tras intentar romper el bloqueo de Gaza

La activista climática sueca Greta Thunberg y otros 170 integrantes de la denominada Flotilla Global Sumud han sido deportados desde Israel hacia Grecia y Eslovaquia, tras permanecer detenidos durante cinco días tras su intento de acceder por mar a la Franja de Gaza para entregar ayuda humanitaria. Este episodio representa el capítulo más reciente de una serie de expulsiones ejecutadas por las autoridades israelíes en los últimos días, una acción que pone de manifiesto la rigurosidad del bloqueo marítimo impuesto sobre el territorio palestino.

 

La deportación de Thunberg y sus compañeros no es un incidente aislado, sino parte de una operación más amplia. Tan solo el viernes anterior, Israel procedió a la expulsión de cuatro diputados italianos. La cadena de deportaciones continuó el sábado con el traslado de 137 personas a Turquía, y el domingo con la salida forzosa de otras 29 con destino a España. Este patrón secuencial indica una respuesta coordinada y sistemática por parte del gobierno israelí frente a los intentos de desafiar su control sobre los accesos a Gaza. Un elemento recurrente en los testimonios de muchos de los deportados son las acusaciones de haber sufrido malos tratos durante su periodo de detención en Israel.

 

Estas declaraciones, aunque aún no verificadas de forma independiente, añaden una capa de gravedad al episodio y plantean interrogantes sobre las condiciones en las que se desarrolló su cautiverio, un aspecto que probablemente será objeto de escrutinio por parte de organizaciones internacionales de derechos humanos. Al llegar al aeropuerto de Atenas, Greta Thunberg se dirigió a los medios de comunicación para contextualizar la misión de la flotilla.

 

La activista describió la iniciativa como el esfuerzo de mayor envergadura jamás realizado para quebrar el asedio marítimo impuesto por Israel, un bloqueo que calificó de ilegal e inhumano. Sus palabras trascendieron la mera descripción de los hechos para construir una narrativa más amplia sobre la acción ciudadana global. Thunberg enfatizó que esta acción representaba una historia de solidaridad internacional, donde personas comunes asumieron un rol de liderazgo que, en su opinión, sus gobiernos han eludido.

 

La activista expuso una crítica directa y contundente hacia los líderes políticos, afirmando que estas figuras, que en teoría deberían representar a sus ciudadanos, están en realidad fomentando un escenario de genocidio, muerte y destrucción en Gaza. Con la declaración de que estos gobernantes “no me representan”, Thunberg articuló un sentimiento de desconexión y deslegitimación que resuena en diversos movimientos sociales contemporáneos. Esta postura refleja una creciente desconfianza hacia las instituciones tradicionales y una apuesta por la acción directa y la presión civil como mecanismos para influir en conflictos internacionales complejos.

 

El incidente de la flotilla sitúa nuevamente en el centro del debate internacional la cuestión del bloqueo israelí sobre Gaza y la eficacia de las misiones de la sociedad civil para visibilizarlo. Mientras Israel defiende estas medidas como necesarias para su seguridad, los activistas y diversas organizaciones humanitarias las denuncian como una forma de castigo colectivo que agrava una crisis humanitaria ya de por sí crítica.

 

La participación de una figura de alto perfil global como Greta Thunberg garantiza que este evento no pase desapercibido, añadiendo una capa significativa de atención mediática y presión política a un conflicto de larga data. El episodio subraya la creciente intersección entre el activismo climático y la defensa de los derechos humanos, mostrando cómo las causas globales están cada vez más interconectadas en la agenda de la sociedad civil organizada.

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