Internacional
Kenia revive su historia de protestas mientras el gobierno responde con balas
La represión estatal en Nairobi alcanza niveles críticos mientras la juventud desafía al poder con fuego y piedras.

NAIROBI, Kenia — En un espectáculo digno de una tragicomedia política, las fuerzas del orden kenianas demostraron una vez más su peculiar interpretación del “servicio público”: disparar primero y preguntar después. El lunes, mientras el gobierno celebraba su compromiso con la democracia —ironía incluida—, la policía se dedicó a su pasatiempo favorito: convertir manifestaciones pacíficas en campos de tiro improvisados, dejando un saldo de 10 cadáveres como tributo a su eficiencia represiva.
Las calles de Nairobi, convertidas en un escenario distópico, vieron cómo los manifestantes, esos insensatos que aún creen en la libertad de expresión, lanzaban piedras a cambio de balas. La policía, en un gesto de generosidad, respondió con gas lacrimógeno, porque ¿qué mejor manera de “dialogar” que asfixiando a tu interlocutor? Un joven, con la camisa teñida de rojo —el nuevo color de la disidencia en Kenia— fue arrastrado por sus compañeros, en una escena que podría titularse “Cómo perder la paciencia y ganar una herida de bala”.
El presidente William Ruto, alumno aventajado del difunto dictador Daniel arap Moi, parece haber aprendido demasiado bien las lecciones de su mentor: gobernar con puño de hierro y contabilidad creativa. Mientras los kenianos protestan por la corrupción y el costo de vida —esa molesta costumbre de querer comer todos los días—, el gobierno responde con alambre de púas y órdenes de “disparar a la vista”. ¡Qué mejor manera de honrar el legado de Saba Saba que reprimiendo a la Generación Z con el mismo entusiasmo con el que se persiguió a sus abuelos!
El ministro del Interior, Kipchumba Murkomen, declaró solemnemente que no tolerarían protestas violentas. Claro, porque nada dice “paz social” como balas de goma y gases tóxicos. Mientras tanto, el ministro de Servicio Público, Geoffrey Ruku, instaba a los empleados públicos a ignorar el caos y seguir trabajando, porque ¿qué es un poco de represión comparado con la puntualidad burocrática?
En las afueras, en Kitengela, la policía dispersaba a los manifestantes con la delicadeza de un elefante en una cristalería. Caleb Okoth, un vendedor ambulante, resumió el sentir popular: “¿Qué quieren que comamos? ¿Balas?” Una pregunta retórica, claro, porque el menú del gobierno parece ser plomo para desayunar, gas lacrimógeno para almorzar y toque de queda para cenar.
El país, que ya había olvidado las protestas del año pasado —donde el Parlamento fue asaltado y más de 60 personas murieron—, revive ahora su propia versión de “El juego del hambre”: edición keniana. Con cada manifestación, el gobierno refina su técnica: si antes era represión básica, ahora ofrecen paquetes premium que incluyen bloqueos de carreteras, detenciones arbitrarias y, como plato fuerte, tiros a quemarropa. Todo un despliegue de “seguridad pública” que haría llorar a cualquier manual de derechos humanos… si es que aún quedan copias sin quemar.

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