La absurda coreografía de la guerra moderna
En el gran teatro bélico de Donetsk, donde la geopolítica se representa con artillería en lugar de diálogos, el elenco ruso ha desplegado aproximadamente 170.000 actores para la tragicomedia de Pokrovsk. El director Zelenskyy, con la sonrisa cansada de quien debe vender esperanza mientras reparte condolencias, insiste en que el guión aún no está escrito.
“La situación en Pokrovsk es difícil”, declaró el estadista, en lo que constituye el eufemismo del año, comparable a describir el infierno dantesco como “algo caluroso”. Mientras las bombas coreografían su danza macabra, los soldados rusos que lograron colarse en la ciudad están siendo “destruidos, gradualmente destruidos”, como si se tratara de una limpieza de plagas doméstica en lugar de una carnicería humana.
El ballet estratégico de Pokrovsk
En esta ópera bufa con trajes de combate, Ucrania ejecuta lo que los estrategas militares llaman “retiradas tácticamente avanzadas” y los civiles llaman “huir para vivir otro día”. El contraste es deliciosamente absurdo: mientras el coloso ruso avanza centímetro a centímetro como un elefante ebrio, Ucrania responde con la elegancia de un mosquito enfurecido picando al mamut.
El zar contemporáneo, Vladímir Putin, proclama victorias mientras sus tanques se funden como mantequilla en el frente. Su obsesión nuclear recuerda a aquel niño que, al perder en las canicas, amenaza con volar la casa de todos. La doctrina militar parece reducirse a un simple mantra: si no puedes convencerlos, aterrorízalos.
La economía de la destrucción mutua
La respuesta ucraniana es una obra maestra de ironía geopolítica: si no pueden igualar la potencia de fuego, al menos pueden fastidiar la economía del adversario. Sus 160 ataques a instalaciones petroleras rusas no son actos de guerra, sino lecciones aceleradas de economía aplicada. ¿Quién necesita sanciones internacionales cuando tienes drones con sentido del humor?
El señor Maliuk, con la modestia característica de quien ha descubierto cómo hacer sangrar al oso con alfileres, anuncia orgulloso que han destruido casi la mitad de los sistemas Pantsir rusos. Lo que no menciona es que la otra mitad probablemente se descompuso sola, víctima de la corrupción endémica que aflige a todo equipo militar ruso que sobrevive más de seis meses al frente.
La joya de la corona satírica es el misil Oreshnik, esa maravilla tecnológica que Putin presentó como invulnerable y que los ucranianos demostraron que era tan invulnerable como un huevo frente a un martillo. Destruirlo a 500 kilómetros de la frontera fue el equivalente geopolítico de dar una bofetada al matón del barrio con su propia mano.
El invierno se acerca (y con él, la hipocresía)
Mientras los estrategas discuten tácticas y porcentajes, la población civil disfruta del invierno que se aproxima, ese período del año donde Rusia convierte la calefacción en arma de destrucción masiva. La ONU, esa organización que brilla por su irrelevancia estratégica, advierte sobre una “crisis importante” como si estuviéramos descubriendo ahora que la guerra es desagradable.
El coordinador humanitario Schmale declara con solemnidad que destruir la capacidad energética “es una forma de terror”. Noticia de última hora: el agua moja. Lo verdaderamente terrorífico es que necesitemos a un burócrata bien alimentado en Ginebra para confirmar lo que cualquier niño en Sumy podría explicar entre sollozos.
El colmo del absurdo humanitario: los fondos para salvar vidas han disminuido de 4.000 millones a 1.100 millones. Al parecer, la compasión internacional tiene fecha de caducidad, especialmente cuando la guerra se vuelve aburrida para los espectadores occidentales.
El conflicto “se siente cada vez más como una guerra prolongada”, dice Schmale. Los diplomáticos llaman a esto “paz difícil”, los soldados lo llaman “infierno interminable”, y los satíricos lo llamamos “material de primera calidad”.
En este gran cirso bélico donde todos pierden pero nadie se rinde, solo queda reír para no llorar, mientras esperamos el próximo capítulo de esta tragicomedia humana donde la única certeza es que el invierno será frío, la retórica caliente, y la paz, ese concepto abstracto que pertenece a los libros de historia.



















