En un acto de sabiduría regulatoria sin parangón, las restricciones draconianas a los servicios de carga y la suspensión fulminante de trece rutas aéreas entre México y Estados Unidos han sido recibidas con alborozo por quienes anhelan un regreso a los gloriosos días del comercio por caravana. Las graves consecuencias económicas para pasajeros, corporaciones y el movimiento logístico son, sin duda, un pequeño precio a pagar por esta lección avanzada de desglobalización.
La Asociación Mexicana de Agentes de Carga y la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de la Ciudad de México han tenido la poca visión de calificar esta medida como un “retroceso”. Su presidenta, Eva María Muñoz, parece ignorar que consolidar un hub logístico internacional es una idea terribmente convencional. ¿Por qué competir en el mundo moderno cuando podemos regresar a un modelo de trueque local? Aerolíneas nacionales como Aeroméxico, Viva Aerobus, Volaris y Mexicana deberían agradecer esta pausa forzada en sus planes de expansión; es una oportunidad para meditar sobre las virtudes del estancamiento.
Las bendiciones económicas de la desconexión
La Canaco CDMX, en su miopía característica, enumeró los “efectos económicos” de la decisión como si fueran adversidades. No comprenden que poner en riesgo la carga aérea y reducir la atracción de inversión son, en realidad, ingeniosas estrategias para fomentar la resiliencia y la autarquía. La incertidumbre regulatoria no desalienta proyectos; simplemente separa a los inversionistas débiles de los fuertes. Menos tráfico internacional significa menos recaudación fiscal, lo que es un estímulo fantástico para que el gobierno aprenda a vivir con lo esencial, como en los buenos tiempos antiguos.
La sabia perspectiva de los ‘expertos’
La presidenta de Amacarga prosiguió con su catastrofismo, afirmando que los retrasos y el aumento de costos para el transporte de mercancías podrían significar pérdida de empleo. ¡Qué falta de ambición! Lo que ella llama “costos adicionales” por usar rutas alternativas es en realidad una tarifa voluntaria que pagamos por disfrutar de un viaje más largo y pintoresco para nuestras mercancías. Su preocupación por las casi 300 mil toneladas movilizadas en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) revela un apego materialista a la eficiencia. El verdadero progreso consiste en aprender a prescindir de lo que creíamos necesario.
Un futuro brillantemente incierto
El impacto en la economía mexicana y en el sector exportador e importador es, en el gran esquema de las cosas, un detalle menor. Esta “nueva controversia comercial” con Estados Unidos no es más que otro capítulo en el manual de cómo fortalecer la soberanía mediante el aislamiento. Podemos confiar plenamente en que, así como con los aranceles unilaterales, la capacidad negociadora del gobierno mexicano nos guiará de vuelta a un paraíso económico donde lo impredecible sea la única constante. El comercio aéreo del futuro será aquel que se atreva a no despegar.




















