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Internacional

La compleja encrucijada de EEUU ante el conflicto entre Israel e Irán

¿Podría una intervención estadounidense desestabilizar aún más la ya frágil teocracia iraní?

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DUBÁI, Emiratos Árabes Unidos

Mientras los ataques israelíes contra Irán intensifican la tensión regional, eliminando altos mandos militares, neutralizando defensas estratégicas e impactando instalaciones nucleares, una pregunta clave emerge en los corredores del poder: ¿decidirá el presidente Donald Trump involucrar directamente a Estados Unidos en este conflicto?

Trump, quien ha criticado repetidamente las “guerras interminables” de sus predecesores, enfrenta ahora un dilema estratégico. Por un lado, la creciente fragilidad del régimen iraní podría representar una oportunidad única para debilitar su programa nuclear o incluso alterar cuatro décadas de dominio teocrático. Por otro, la historia reciente demuestra que las intervenciones estadounidenses en la región rara vez han producido los resultados esperados.

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“Podría hacerlo, o podría no hacerlo”, declaró el mandatario con característica ambigüedad durante un encuentro con la prensa en la Casa Blanca. “Nadie sabe lo que voy a hacer”. Esta declaración, lejos de aclarar el panorama, refleja la complejidad de una decisión que podría redefinir el equilibrio de poder en Oriente Medio.

Un examen detallado de los últimos veinte años revela un patrón preocupante: las intervenciones militares estadounidenses, aunque inicialmente exitosas, suelen derivar en conflictos prolongados con consecuencias imprevistas. La caída de los talibanes en 2001 y de Saddam Hussein en 2003 fue seguida por años de insurgencia, inestabilidad y, en el caso afgano, por un retorno al statu quo ante.

Expertos consultados señalan que, incluso si Israel lograra neutralizar las capacidades nucleares y de defensa aérea iraníes, quedaría intacto el formidable aparato de seguridad del régimen, incluyendo la Guardia Revolucionaria y las milicias Basij, responsables de reprimir protestas antigubernamentales.

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La experiencia libia de 2011 ofrece otra lección crucial: las campañas aéreas, por intensas que sean, rara vez son decisivas sin fuerzas terrestres que capitalicen sus efectos. Sin embargo, una invasión terrestre a Irán —país cuatro veces más grande que Irak con 80 millones de habitantes— parece estratégicamente inviable y políticamente insostenible.

Documentos desclasificados y testimonios de exfuncionarios revelan divisiones dentro del aparato de seguridad iraní, pero ¿serían suficientes para generar una insurgencia efectiva? Y más importante aún: ¿cómo reaccionaría la población civil, históricamente propensa a cerrar filas frente a amenazas externas, como ocurrió durante la guerra Irán-Irak (1980-1988)?

La oposición iraní en el exilio, fragmentada y con dudosa legitimidad interna, representa otro factor de incertidumbre. Reza Pahlavi, hijo del último sha, emerge como figura simbólica, pero su asociación con Israel y el recuerdo del autoritarismo de su padre podrían limitar su atractivo.

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El escenario más probable, según analistas militares consultados, sería un prolongado caos institucional. La experiencia de Irak, Libia y Afganistán muestra que el vacío de poder suele derivar en luchas faccionales, intervención de potencias regionales y el surgimiento de grupos extremistas más radicales que los regímenes derrocados.

¿Está Estados Unidos preparado para asumir los costos humanos, económicos y políticos de otra intervención en Oriente Medio? La respuesta a esta pregunta podría definir no solo el futuro de Irán, sino el equilibrio geopolítico global en las próximas décadas.

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