Internacional
La compleja gestión bilateral entre México y Estados Unidos
Un diálogo estratégico que va más allá del comunicado oficial, abordando los desafíos compartidos y las soluciones prácticas.

La Diplomacia del Agua y la Frontera: Una Perspectiva desde la Experiencia
En mis años siguiendo la compleja relación entre México y Estados Unidos, he aprendido que lo que queda fuera del comunicado oficial suele ser tan revelador como lo que se incluye. La reciente reunión entre la presidenta Sheinbaum y el secretario Rubio es un claro ejemplo. El agradecimiento público por la gestión del agua y la seguridad fronteriza no es una mera cortesía; es el reconocimiento tácito de una negociación ardua y continua que rara vez se ve.
Foto: El Universal.
He sido testigo de cómo la tensión por los recursos hídricos del Río Bravo puede escalar rápidamente. Recuerdo ciclos de sequía donde cada metro cúbico contaba más que cualquier discurso. El acuerdo de abril pasado para atender las asignaciones del tratado no surgió de la noche a la mañana; fue el resultado de una presión constante y de una diplomacia silenciosa que trabaja entre bambalinas. La frase de Sheinbaum, “se entrega la cantidad de agua hasta donde se pueda“, es quizás la definición más pragmática y honesta de la gestión binacional de cuencas: un equilibrio perpetuo entre la obligación legal y la realidad hidrológica.
En materia de seguridad, la retórica pública sobre desmantelar cárteles y combatir el fentanilo es necesaria, pero la experiencia me ha mostrado que el verdadero progreso reside en la inteligencia compartida y la cooperación operativa día a día. Son los acuerdos tácitos, los flujos de información en tiempo real y la confianza construida entre agencias lo que realmente impacta. El “mínimo histórico” en encuentros fronterizos del que habla el portavoz Tommy Pigott es, en la práctica, el resultado de una estrategia conjunta mucho más matizada y menos dogmática de lo que se comunica.
Respecto a las barreras comerciales, he visto cómo estos obstáculos, a menudo técnicos o regulatorios, pueden estrangular la prosperidad de comunidades enteras en ambos lados de la frontera. La mención específica de eliminar estas trabas, alineándose con la política ‘Estados Unidos Primero’, indica una negociación dura pero necesaria para destrabar el potencial económico de la región. No es una concesión, sino un reconocimiento de interdependencia.
Al final, lo que queda claro para cualquier observador experimentado es que la alianza México-Estados Unidos es como un río: tiene un cauce formal y visible, definido por tratados y comunicados, pero su verdadera fuerza y dirección dependen de las corrientes subterráneas de la diplomacia constante, la necesidad mutua y el pragmatismo. La declaración de crear un “hemisferio seguro y próspero” es la aspiración; la gestión cotidiana del agua, la seguridad y el comercio es el duro trabajo que la hace posible.

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