La coreografía del absurdo en la capital de Alabama
MONTGOMERY, Alabama, EE.UU. — En un sublime acto de dialéctica balística, dos facciones de ilustrados caballeros decidieron solventar sus desavenencias mediante un intercambio de pareceres a base de plomo en el vibrante distrito de ocio de la capital de Alabama. Este ensayo de libertades civiles, ejecutado con fervoroso entusiasmo el sábado por la noche, resultó en la improvisada cancelación de dos existencias y la modificación no consentida de la integridad física de una docena de conciudadanos, según el parte oficial de las autoridades.
Entre los caídos se encontraba una dama, mientras que tres de los heridos, incluyendo a un púber ciudadano en ciernes, fueron invitados de honor en las urgencias hospitalarias, donde luchan por sus vidas contra lesiones de carácter persuasivo.
El sumo pontífice de la seguridad local, James Graboys, catalogó el suceso con la terminología técnica de “ejercicio de alta densidad proyectil“.
“Fue un diálogo interactivo entre dos colectivos que, básicamente, se dedicaron a intercambiar misivas de pólvora en medio del gentío”, explicó Graboys a los cronistas, en un tono que delataba una familiaridad preocupante con este nuevo formato de debate cívico.
Los apóstoles del caos, acotó, “no mostraron el más mínimo interés por el público que asistía, gratuitamente, a su performance”.
Para el amanecer del domingo, las fuerzas del orden, en un alarde de prudencia burocrática</strong, no habían procedido a ninguna aprehensión, ni habían desvelado detalles mundanos como el número de artistas participantes o el calibre de sus instrumentos de expresión.
El fin de semana era de una efervescencia social notable en Montgomery, con el ritual del ovoide pigskin en el Estadio Hornet, la Exaltación Nacional de la Agraria Alabama en el Coliseo Garrett y otro enfrentamiento atlético institucionalizado que acababa de concluir en el cercano Cramton Bowl. Todo ello, por supuesto, completamente ajeno a cualquier noción de ironía.
El alcalde Steven Reed, con una perspicacia digna de un oráculo, declaró a la prensa que existían unidades policiales a menos de quince metros del epicentro del espectáculo, pero que los intérpretes “carecían de respeto por el divino don de la vida”. Una revelación que, sin duda, consolará a los deudos.
Los investigadores, en un frenesí de actividad, se dedicaban a escrutar grabaciones de vigilancia y a interrogar a espectadores y potenciales mecenas del arte del crimen, aunque, en un giro sorprendente, nadie había sido señalado con el dedo acusador en los albores del domingo.
“Desplegaremos todos nuestros recursos para acumular cada indicio y acosar a todo el que estuviera comprometido con el evento”, juró Graboys, en lo que parece ser la nueva definición operativa de Justicia: una persecución post facto en un país donde el derecho a portar argumentos de fuego es más sagrado que el derecho a no ser alcanzado por ellos.