La Corte Suprema avala deportar migrantes a países peligrosos

En un giro digno de Los viajes de Gulliver, la Corte Suprema de EE.UU. ha decidido que deportar seres humanos a países donde enfrentan tortura o muerte es tan rutinario como enviar un paquete por correo equivocado. El máximo tribunal, en un alarde de eficiencia burocrática, levantó sin mayor explicación una orden que protegía a migrantes de ser expulsados a territorios donde sus vidas peligran. Los tres jueces progresistas, liderados por Sonia Sotomayor, protestaron con un disenso que podría resumirse como: “¿En serio?”.

El Departamento de Seguridad Nacional, siempre poético, celebró la decisión con un “Enciendan los aviones de deportación”, frase que seguramente inspirará futuros eslóganes de aerolíneas low-cost para el infierno. Mientras tanto, ocho migrantes —originarios de Myanmar, Vietnam y Cuba— ya fueron embarcados hacia Sudán del Sur, aunque un juez los rescató in extremis y los redirigió a un contenedor de carga reconvertido en Yibuti. Todo un upgrade humanitario.

La jueza Sotomayor, en un disenso de 19 páginas que debería leerse como guion de distopía, advirtió que la medida expone a miles a “tortura o muerte”. El gobierno de Trump, fiel a su estilo, respondió con un encogimiento de hombros jurídico: las leyes son meras sugerencias cuando se trata de cumplir promesas de campaña.

Entre los casos más grotescos: un guatemalteco homosexual deportado a México —donde fue violado y extorsionado— y venezolanos enviados a una prisión en El Salvador bajo acusaciones dudosas. La Corte, eso sí, dibujó una línea roja en el siglo XVIII: invocó una ley de tiempos de guerra para exigir un “tiempo razonable” antes de las deportaciones. Consuelo histórico para quienes esperan en celdas portátiles.

Esta decisión consolida el catálogo de éxitos trumpistas ante una Corte mayoritariamente conservadora: desde prohibir soldados transgénero hasta reducir el tamaño del gobierno. ¿El próximo paso? Quizá deportar disidentes a Marte. Al fin y al cabo, como demostró Swift, la sátira siempre palidece ante la realidad.