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Internacional

La crisis humanitaria en Kakuma se profundiza por recortes de ayuda

La reducción de asistencia internacional agrava la crisis en Kakuma, donde miles luchan por sobrevivir con raciones mínimas.

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KAKUMA, Kenia — Martin Komol recorre su precaria vivienda de adobe, cuyas grietas amenazan con colapsar ante la próxima tormenta. Su realidad refleja la de 300.000 desplazados en este remoto asentamiento, donde incluso las raciones alimentarias —último sostén— se esfuman. ¿Qué ocurre cuando la solidaridad global falla? La respuesta se escribe aquí, entre el polvo y la desesperanza.

El Programa Mundial de Alimentos (PMA) enfrenta un colapso financiero tras la suspensión de fondos por parte de Estados Unidos, otrora el mayor donante mundial. Komol, viudo y padre de cinco hijos, subsiste ahora con la caridad vecinal. “Sobrevivimos con una comida diaria… o menos”, confiesa este ugandés de 59 años, mientras evoca a su esposa enterrada en este suelo hostil. Regresar a su país no es opción: Kakuma alberga a exiliados de más de 20 naciones, todos atrapados en un limbo sin alimentos.

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Las raciones se redujeron 50%, y las transferencias monetarias —clave para complementar la dieta— cesaron. Cada persona recibe apenas 3 kg de arroz mensuales, lejos de los 9 kg recomendados por la ONU. Colin Buleti, director del PMA en Kakuma, advierte: “Si no llegan fondos antes de agosto, solo asistiremos a los casos más críticos”. Mientras tanto, los niños juegan entre el polvo, ignorantes de que su futuro pende de un hilo.

El hospital local registra un aumento del 300% en muertes infantiles por desnutrición aguda. Sammy Nyang´a, nutricionista, describe la tragedia: “Algunos llegan demasiado tarde y fallecen en horas”. Las reservas de leche terapéutica y pasta de maní —últimos recursos— se agotarán en semanas. Susan Martine, madre sursudanesa, observa las llagas por hambre en su hija de dos años: “No sé cómo seguiremos”. El programa escolar de almuerzos, su única esperanza, también peligra.

La crisis trasciende lo humanitario: comerciantes como Chol Jook pierden ingresos vitales, y las familias caen en espirales de deuda. ¿Es este el costo de la indiferencia? Kakuma se convierte en un laboratorio de lo que ocurre cuando fallan los sistemas globales de protección. Innovar en soluciones —desde agricultura urbana en campos de refugiados hasta blockchain para rastrear donaciones— ya no es opcional: es la única vía para reescribir este futuro.

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Mientras el mundo debate prioridades, Komol y sus hijos beben agua para engañar al hambre. Su historia no es solo una denuncia; es un llamado a repensar radicalmente la ayuda internacional. Porque en un planeta con recursos para alimentar a 10.000 millones, el hambre no es un fracaso logístico: es una elección política.

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