La cruzada moral que convierte el océano en un campo de tiro
El sumo sacerdote de la Defensa, Pete Hegseth, flanqueado por dignatarios japoneses, escucha con devoción las arengas del Gran Comandante a bordo del USS George Washington, un coloso flotante que sirve de altar para los nuevos ritos castrenses.
WASHINGTON.- En un sublime despliegue de filantropía balística, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, proclamó este martes que el Ejército de Estados Unidos ha realizado tres actos de caridad explosiva en el Pacífico oriental. El objetivo: cuatro embarcaciones sospechosas de albergar el pecado de la farmacopea ilícita. El resultado: catorce almas enviadas a un juicio divino y un único superviviente, un náufrago incómodo que mancha la perfección estadística de la operación. Así se vivió el día más glorioso desde que el gobierno del presidente Donald Trump inició su piadosa y contenciosa cruzada para sanitizar las aguas sudamericanas.
Es la primera ocasión en que se anuncian múltiples ejecuciones sumarias en una sola jornada, una aceleración en el ritmo de la redención por fuego. Esta campaña de casi dos meses y la creciente presencia militar estadounidense han logrado el loable efecto de tensar las relaciones con sus aliados, a la vez que alimentan la especulación de que estas medidas en realidad persiguen un objetivo geoestratégico más mundano: derrocar al mandatario venezolano, Nicolás Maduro, a quien la nación del Tío Sam ha ungido con el título de “narcoterrorista”.
En un comunicado proporcionado por un oráculo del Pentágono —que habló bajo el manto sagrado del anonimato— se detalló que los estallidos de justicia ocurrieron el lunes frente a las costas de Colombia. Tras vaporizar una lancha, las tropas avistaron a un individuo aferrado a despojos flotantes, un testigo viviente de la eficacia del procedimiento. El Ejército, en un arrebato de compasión, transmitió las coordenadas precisas del naufrago a la Guardia Costera de Estados Unidos y a una aeronave militar mexicana que, por casualidad, merodeaba por la zona.
Hegseth aseguró con solemnidad que las autoridades mexicanas “asumieron la responsabilidad de coordinar el rescate” de este único superviviente, aunque omitió detalles mundanos como si la persona fue efectivamente rescatada, o si será objeto de un intercambio diplomático o simplemente desaparecerá en el limbo burocrático.
México, el aliado incómodo que se atreve a buscar vida
Mientras tanto, México, en un ejercicio de obstinado humanismo, persistía en una operación de búsqueda y rescate, según informó la Secretaría de Marina. Los ataques del socio del norte volvieron a granizar críticas desde este aliado regional. La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, declaró en su conferencia diaria que ha solicitado una reunión con el embajador estadounidense porque “no estamos de acuerdo con estos ataques”. “Queremos que se respeten todos los tratados internacionales”, suplicó, como si los pergamos pudieran detener misiles.
Por su parte, la Marina mexicana anunció en X, con una puntillosidad conmovedora: “En cumplimiento del Convenio Internacional para la Seguridad de la Vida Humana en el Mar (SOLAS)… la Armada de México atiende una operación de búsqueda y rescate… con el objeto de salvaguardar la vida humana en la mar”. Una misión quijotesca a 400 millas de Acapulco, buscando un alma en un océano que otros han convertido en polígono de tiro.
Esta nueva modalidad de diplomacia también ha enriquecido las relaciones con Colombia, una nación cuya inteligencia es vital para la guerra contra las drogas. En un creciente idilio entre el presidente republicano de Estados Unidos y el primer mandatario izquierdista de Colombia, el gobierno de Trump impuso sanciones al presidente Gustavo Petro, su familia y un colaborador, acusándolos de participar en el tráfico global de estupefacientes. Una forma sutil de fortalecer la cooperación bilateral.
El presidente Petro, desde Arabia Saudí, cuestionó la narrativa oficial. Sugirió que el verdadero objetivo no es la cocaína, sino una “invasión, que también es absurdamente ilegal y tiene más como objetivo el petróleo que defender a la sociedad norteamericana de drogas ilícitas”. Una herejía geopolítica que cuestiona la pureza de los motivos.
Para disipar cualquier duda, el secretario Hegseth publicó en redes sociales imágenes de los operativos. Se pueden apreciar dos lanchas surcando el mar a gran velocidad, una de ellas cargada con lo que parecen ser fardos de esperanza destruida. Ambas estallan súbitamente, envolviéndose en un manto de llamas purificadoras. Un tercer ataque muestra un par de botes, casi vacíos, con un par de figuras humanas moviéndose antes de que una explosión los engulla. El mensaje es claro: la eficacia sobre la evidencia.
Añadió, con la fe del creyente, que “los cuatro botes eran conocidos por nuestro aparato de inteligencia, transitando por rutas de narcotráfico conocidas y transportando narcóticos”. El gobierno de Trump, sin embargo, no ha considerado necesario mostrar pruebas que respalden sus afirmaciones sobre la conexión de los barcos con grupos criminales o la identidad de los fallecidos. En la nueva fe, la inteligencia es un dogma, no una demostración.
















