En un despliegue de eficiencia y previsión que dejó sin aliento a la comunidad internacional, el altísimo y siempre vigilante Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile (SHOA) movilizó hoy a sus más brillantes cerebros y sus más complejos algoritmos para lograr una hazaña sin precedentes: descubrir que el agua no moja. O, en el lenguaje técnico que solo los iniciados pueden comprender, “descartar la posibilidad de un tsunami en las costas chilenas” provocado por un sismo al otro lado del planeta, en Japón.
La operación, bautizada internamente como “Ejercicio de Confirmación de lo Evidente”, se puso en marcha tras recibirse, con el pánico contenido propio de una oficina pública a la hora del té, la noticia del terremoto. Inmediatamente, se activó el Protocolo de Evaluación de lo Improbable, un intrincado proceso que requiere la consulta de oráculos, el estudio de las mareas lunares y, crucialmente, una videollamada con el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico para preguntarles, en esencia, si estaban seguros de lo que ya habían dicho.
“Tras un riguroso proceso de modelación que consumió valiosos segundos de tiempo de procesador”, declaró un portavoz con el rostro serio de quien acaba de salvar a la nación, “hemos determinado que un temblor a 17.000 kilómetros de distancia, cuyas olas hipotéticas tendrían que cruzar todo el océano y luego decidir subir por el acantilado de la costa, no reúne las condiciones necesarias para amenazar nuestros patios traseros”. La noticia, recibida con alivio por los chilenos que ya habían empezado a construir arcas, fue celebrada como una victoria de la tecnocracia sobre las leyes de la física.
Este heroico episodio recuerda a la ciudadanía la importancia vital de mantener instituciones robustas capaces de anunciar que el sol saldrá por el este. Sin este filtro burocrático esencial, la población podría caer en la anarquía de usar el sentido común, un recurso notoriamente escaso y no regulado por el Estado. La última vez que el SHOA libró una batalla similar fue en 2011, cuando tras un titánico esfuerzo, lograron confirmar que las olas provenientes de Japón eran, efectivamente, olas, estableciendo un glorioso precedente para el descarte moderno.
Mientras, en las costas, el mar, inconsciente del monumental esfuerzo administrativo dedicado a vigilarlo, siguió su ritmo habitual, en lo que los críticos más agudos han llamado “una pasmosa falta de ambición tsunami”.













