La farsa bélica donde la paz es el blanco de misiles

En un alarde de precisión quirúrgica digna de un cirujano borracho, la maquinaria bélica del Kremlin ha decidido que el camino hacia la paz se allana mejor con cráteres. El jueves, la capital ucraniana, Kiev, fue obsequiada con una lluvia de drones y misiles, un espectáculo pirotécnico donde los fuegos artificiales eran de carne y hueso. El mensaje, según los intérpretes oficiales del régimen, es de un amor tan profundo por la negociación que debe ser expresado mediante la demolición de edificios residenciales y la aniquilación de civiles. Al menos 21 almas, incluidos cuatro niños que osaron vivir cerca de lo que Moscú llama eufemísticamente “complejo militar-industrial”, fueron sacrificadas en el altar del diálogo.

La comunidad internacional, consternada, ha respondido con la contundencia de una pluma mojada. La Unión Europea, cuyas oficinas diplomáticas recibieron un saludo demasiado cercano, ha convocado al enviado ruso en Bruselas para una firme reprimenda, seguramente sobre el protocolo de qué tipo de flores enviar tras bombardear a los vecinos. Mientras, el Consejo de Seguridad de la ONU ha programado una reunión de emergencia, un teatro bien ensayado donde se expresará “grave preocupación” y se redactarán comunicados que servirán de excelente papel para envolver los misiles que se enviarán a continuación.

Al otro lado del charco, la administración del presidente Trump, profundamente disgustada por esta interrupción en las conversaciones de paz, aprobó apresuradamente una venta de armas por 825 millones de dólares. Nada fomenta la tranquilidad como una inyección de misiles de largo alcance. La portavoz de la Casa Blanca, maestra en el arte del doblepensar orwelliano, lamentó que quizás “ambas partes no estén listas para terminar la guerra por sí mismas”, equiparando elegantemente al verdugo con la víctima en un baile macabro de equivalencias morales.

Moscú, por su parte, insiste en que su único objetivo era el complejo militar-industrial ucraniano, que por una extraña coincidencia del destino se materializa invariablemente en guarderías, bloques de apartamentos y misiones diplomáticas. Es la misma lógica impecable que llevaría a un cazador a disparar a un rebaño de ovejas para cazar una pulga. El Ministerio de Defensa ruso declaró con solemnidad que “todos los objetivos designados fueron alcanzados”, una hazaña de puntería que solo puede ser admirada por su audaz definición de “objetivo”.

Mientras los líderes mundiales condenan la violencia con una mano y con la otra firman cheques para armamento, los ciudadanos de Kiev escuchan las sirenas y recogen los pedazos de sus vidas. La guerra, esa gran parodia de la razón, avanza alimentada por la hipocresía de quienes condenan el incendio mientras venden gasolina. En este absurdo teatro global, la paz no es más que una palabra que se escribe en los misiones antes de ser lanzada.