Internacional
La farsa del petróleo gratis y los terroristas de pacotilla
Una farsa geopolítica donde el oro negro y la moral se disputan en un tablero de ajedrez absurdo.

En un giro argumental que dejaría en pañales a los guionistas de la telenovela más enrevesada, el Gran Timonel de la Revolución Bolivariana, Nicolás Maduro, ha proclamado desde su trono de humo y espejos una verdad de Perogrullo: el Imperio Yankee, encarnado en el titiritero supremo Marco Rubio, anhela con desesperación el oro negro venezolano. ¡Y lo quiere gratis! Como si de un cupón de descuento en un supermercado celestial se tratara.
El mandatario, con la solemnidad de un oráculo griego que predice lo obvio, declaró que el crudo no le pertenece a él, ni a los “gringos”, sino al pueblo. Una afirmación tan conmovedora como novedosa, que sin duda resonó en los vastos almacenes vacíos y las refinerías silenciosas, monumentos a una gestión tan próspera como la fiesta de cumpleaños de un hermitaño.
El ataque imperial, según el relato oficial, no se debe a un cargamento de alcaloides viajando en una lancha rápida, sino a una riqueza mucho más poderosa: el Proyecto de Simón Bolívar, ese fantasma que recorre los pasillos del poder caraqueño asustando a los niños bien de Miami. El Socialismo del Siglo XXI, una criatura tan mitológica como el Yeti, pero con peor prensa, es el verdadero botín. El Imperio, nos dicen, tiembla ante la ejemplar democracia territorial venezolana, donde el presupuesto no se malgasta en guerras, sino que se invierte diligentemente en los proyectos que la juventud decide… desde su éxodo masivo a otros países.
Mientras, en el Norte, el Hombre Naranja, Donald Trump, anunciaba con el entusiasmo de un presentador de telerrealidad la ejecución de un ataque cinético —término belicista para no decir “los volamos por los aires”— contra once narcoterroristas de pacotilla. Una operación con una base legal tan sólida como un flan, defendida por el secretario de Estado Rubio con la elocuencia de quien no tiene que responder a los asesores jurídicos, sino a los espectadores de Truth Social.
La moral, como siempre, es la coartada perfecta. Se combate el terrorismo inundando de plomo el Caribe y se protege a la juventud estadounidense de las mentiras de Rubio… y de la tentación de mirar a Venezuela, donde la libertad y la igualdad campan tan a sus anchas que la mayoría de sus ciudadanos sueña con camparlas en cualquier otro lugar.
En esta tragicomia global, el único producto que realmente se exporta sin restricciones es la hipocresía. Por un lado, un imperio que descarga su poderío militar sobre una lancha mientras ignora los monstruos adictivos que crece en sus propias farmacias. Por el otro, una revolución que blande el petróleo del pueblo como un cetro, mientras su pueblo hace cola para conseguir gasolina. Y en el medio, once cadáveres flotando en un mar de absurdos, sacrificados en el altar de una guerra perpetua donde la única verdad es que nadie tiene la razón, pero todos tienen un discurso.

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