La flotilla de la esperanza frente al bloqueo de la razón

En un acto de sublime osadía que desafía la lógica, la geografía y el sentido común, un puñado de quijotes mexicanos ha decidido embarcarse en la empresa más sensata del siglo: atravesar el Mediterráneo en una flotilla cargada con la artillería pesada de la bondad: alimentos, medicinas y, el arma más letal de todas, esperanza. La Flotilla Global Sumud, nombre que en algún dialecto antiguo debe significar “buscarle tres pies al gato geopolítico”, se dirige a Gaza armada hasta los dientes con compresas y latas de frijoles.

Frente a esta epopeya de caridad militante, la embajada de Israel en México, con la paciencia de un profesor de kindergarten ante un berrinche, ha emitido un comunicado que podría resumirse como: “Señores, por favor, no molesten”. La representación diplomática, con una clarividencia envidiable, ha diagnosticado que el verdadero objetivo de la misión no es salvar vidas, sino perpetrar un acto de provocación política de altísimo nivel, una suerte de performance artístico-medioambiental en una zona de guerra. Su argumento maestro: ¿para qué necesitan llevar ayuda en barco si ellos, magnánimos, permiten el ingreso de 300 camiones diarios? La carga de la flotilla, admiten con desdén, apenas llenaría quince. Queda claro que en el nuevo orden moral, la solidaridad se mide en toneladas y debe pasar por la aduana correcta.

El periodista Ernesto Ledesma, desde la cubierta del barco de la discordia, responde a estas acusaciones con la contundencia del hombre que lleva la razón (y varias vitaminas) de su lado. Califica la postura israelí de “cinismo genocida“, una frase que, sin duda, resonará en los salones de la diplomacia internacional como un petardo en una biblioteca. Mientras tanto, la embajada insiste en que los organizadores de esta caravana náutica tienen vínculos con Hamás, organización que, para sorpresa de nadie, no está bien vista en los cócteles de las Naciones Unidas. La conclusión es inevitable: toda ayuda humanitaria que no lleve el sello de aprobación del bloqueador es, en el fondo, propaganda terrorista camuflada como altruismo.

Así, el escenario está listo para la gran farsa del Mediterráneo. Por un lado, los caballeros de la tabla de salvación, navegando con una fe que haría palidecer a Colón. Por el otro, un Estado empeñado en hacer valer su “bloqueo naval legalmente establecido” con la rigurosidad de un portero de discoteca exclusiva. En medio, la población de Gaza, que sin saberlo se ha convertido en el público cautivo de un debate sobre si es más legítimo recibir esperanza en barco o en camión. El derecho internacional, como suele ocurrir, observa desde la barrera, rascándose la cabeza y preguntándose en qué momento la caridad se convirtió en un delito y el cinismo, en política exterior.

Con alimentos, medicinas y esperanza, viajan Mexicanos a Gaza

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