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Internacional

La guerra como espectáculo absurdo donde nadie gana y todos aplauden

Mientras los misiles caen, la diplomacia se esconde tras cortinas de humo y promesas vacías.

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La guerra como espectáculo absurdo donde nadie gana y todos aplauden

KIEV, Ucrania — En un alarde de precisión burocrática, Rusia decidió celebrar el tercer aniversario de su “operación militar especial” con un concierto pirotécnico de 537 proyectiles, incluyendo drones, misiles y algún que otro regalo sorpresa. Según fuentes ucranianas, el 46% de los artefactos fueron derribados, otro 42% se perdió como si fuesen llaves en un sofá, y el resto impactó donde pudo, porque en guerra, como en el amor, lo importante es participar.

Yuriy Ihnat, portavoz de la Fuerza Aérea ucraniana, describió el evento como “el ataque más masivo desde que empezó esto que nadie llama guerra”. La ofensiva, dirigida estratégicamente contra fábricas, coches civiles y un pobre F-16 que apenas estrenaba motor, demostró una vez más que, cuando se trata de derrochar recursos, nadie supera al complejo militar-industrial.

Mientras tanto, en el frente diplomático, los titanes de la geopolítica se reparten las migajas de la hipocresía: Putin ofrece “negociaciones de paz” entre misil y misil, Zelenski abandona el tratado antiminas porque “si el vecino tiene trincheta, tú necesitas una pala”, y los servicios de inteligencia rusos y estadounidenses mantienen charlas telefónicas tan productivas como un debate entre sordos.

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Polonia, en un gesto de solidaridad que huele a pólvora, movilizó aviones para vigilar su espacio aéreo. Porque nada une más a Europa que el miedo compartido a que un dron equivocado decida tomarse unas vacaciones en Varsovia.

En el este, las tropas rusas avanzan centímetro a centímetro hacia la gloria eterna (o al menos hasta el próximo pueblo sin nombre). Cada metro ganado se celebra con bombardeos, bajas y ruedas de prensa donde se anuncia, solemnemente, que “todo va según el plan”. Claro, si el plan era convertir Donetsk en un museo al aire libre de la destrucción.

Y así, entre escombros y declaraciones vacías, el conflicto sigue su curso. Porque en este gran teatro de lo absurdo, los únicos que no tienen guion son los civiles que mueren, los niños que lloran y los pilotos que se estrellan. Pero ¿qué importa eso cuando hay narrativas que vender y relatos que construir? Al fin y al cabo, como diría algún general anónimo desde su bunker: “Esto no es una tragedia, es una estrategia”.

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