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La ironía de fortificar sinagogas en la tierra de las libertades

La paradoja de la seguridad: cuando rezar requiere chaleco antibalas y detectores de metales.

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La ironía de fortificar sinagogas en la tierra de las libertades

En el país donde la Segunda Enmienda es sagrada pero las sinagogas necesitan permisos especiales para instalar cámaras de vigilancia, los líderes judíos estadounidenses han descubierto que la libertad religiosa incluye el derecho a ser atacado en nombre de la tolerancia. Los recientes incidentes en Boulder y Washington D.C. no son simples actos de violencia, sino recordatorios grotescos de que, en el siglo XXI, orar requiere más protocolos que un vuelo internacional.

Mientras los manifestantes en Boulder coreaban consignas por la liberación de rehenes israelíes, alguien decidió que la mejor forma de apoyar a Gaza era golpeando a judíos en Colorado. Ironías aparte, el verdadero drama ocurre cuando 43 organizaciones deben mendigar al Congreso mil millones de dólares para evitar que un camión se convierta en el arma improvisada favorita de los antisemitas creativos. “No es paranoia si realmente te persiguen”, parecen susurrar los rabinos mientras revisan los presupuestos para vidrios antibalas.

El rabino Rick Jacobs, en un alarde de realismo, admitió lo obvio: “Las subvenciones son para que no nos atropellen como si fuéramos bolos en un juego macabro”. Mientras tanto, Shira Hutt, de las Federaciones Judías de América del Norte, reveló que solo el 43% de los solicitantes recibieron fondos el año pasado. ¿El resto? Que confíen en la divina providencia y en puertas traseras bien cerradas.

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En Los Ángeles, donde el smog compite con la tensión social, el rabino Noah Farkas dejó claro: “Estamos hartos de velas y abrazos. Queremos policías y presupuestos”. Mientras tanto, en Florida, el rabino Jason Rosenberg intenta convencer a su congregación de que ir a la sinagoga no debería sentirse como una misión suicida. Su discurso de resiliencia suena heroico hasta que recuerdas que está hablando de adultos temiendo por sus hijos en la escuela.

La cereza del pastel la puso el anónimo líder cristiano que, al visitar una sinagoga, se sorprendió por los controles de seguridad. “Nosotros solo ponemos ‘Bienvenidos’ en la puerta”, dijo, como si las iglesias no hubieran sido blancos históricos de ataques. Jacobs, con paciencia de santo secular, le respondió: “Qué lujo poder confiar en la buena voluntad ajena”.

Así avanza la comedia trágica: escuelas judías gastan un 84% más en seguridad, los niños aprenden a esconderse bajo los pupitres como en los años 50 (pero ahora por balas reales), y el gobierno debate si mil millones son suficientes para proteger a ciudadanos de sus propios vecinos. Bienvenidos a América, donde la libertad religiosa ahora incluye el derecho a sobrevivir al culto.

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