Internacional
La justicia tropieza cuando un testigo incómodo enferma
La salud de una figura clave suspende una declaración esperada, revelando el frágil teatro del poder.

La justicia tropieza cuando un testigo incómodo enferma
WASHINGTON, D.C.- En un giro que nadie, absolutamente nadie, podría haber previsto, el augusto Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes ha decidido magnánimamente retirar su citación al exdirector del FBI Robert Mueller. ¿La razón? Una inconveniente y repentina dolencia que afecta al señor Mueller: el estado de salud. ¡Qué timing más extraordinario! La maquinaria de la justicia legislativa, famosa por su delicadeza y consideración, no podía, en buena conciencia, someter a un anciano caballero a la tortura de responder preguntas incómodas.
El comité, que investiga el manido asunto Epstein con el fervor de quien busca una aguja en un pajar que ya ha sido quemado, barrido y esparcido al viento, se enteró de que problemas de salud no especificados impedían al viejo zorro del bureau testificar. ¡Imaginen la sorpresa! Mueller, quien guió al FBI durante más de una década y dirigió la investigación más espinosa de la era moderna, de repente se encuentra imposibilitado para articular palabra. La enfermedad de Parkinson, diagnosticada en el verano de 2021, según proclama The New York Times, le ha robado el habla justo cuando más necesitaba usarla.
Es una verdadera tragedia shakespeariana. El mismo hombre que fue nombrado por el presidente George W. Bush para transformar el FBI en un coloso de la seguridad nacional, el fiscal especial que durante dos años mantuvo en vilo a la administración de un presidente reality show, ahora no puede completar una frase. Su última comparecencia en julio de 2019 ya fue un espectáculo patético, un testimonio entrecortado y vacilante que dejó a la nación preguntándose si estaba presenciando el declive de un héroe o la ejecución de un chivo expiatorio.
El representante James Comer, de Kentucky, había emitido con gran pompa citaciones a Mueller y a una legión de exfuncionarios para que desentrañaran los misterios de Epstein, el financiero cuya muerte en prisión fue tan conveniente para tantas personas poderosas. Pero he aquí que la biología, esa anciana anarquista, se interpone en el camino del teatro político. El Parkinson, ese mal que priva a los hombres del control de sus movimientos, ha conseguido lo que ni los abogados más caros ni las presiones políticas lograron: silenciar a Mueller.
En esta farsa monumental, la enfermedad es el deus ex machina perfecto. Absuelve a todos de cualquier responsabilidad. El comité parece solícito y compasivo, el testigo queda como una víctima digna de lástima y el público se queda con las mismas preguntas sin respuesta de siempre. La justicia, o su caricatura, tropieza una vez más con su propia sombra, demostrando que en el gran cirio de Washington, la verdad es la primera en ser sacrificada en el altar de la conveniencia.

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