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Internacional

La máquina de guerra israelí sigue triturando vidas en Cisjordania

Un nuevo episodio de violencia en Cisjordania deja un saldo mortal y profundiza la espiral de represalias.

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Foto: El País

En otro espectacular despliegue de “pacificación democrática”, las fuerzas de ocupación israelíes han añadido un nuevo nombre a su interminable lista de “daños colaterales”: Ahmad al Amur, ciudadano palestino convenientemente reconvertido en estadística tras ser primero acribillado y luego aplanado por la maquinaria bélica del autoproclamado Estado más moral del mundo.

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Según el guion habitual, los soldados —vestidos con sus trajes de superhéroes de Marvel pero con licencia para matar— justifican la operación como respuesta al “terrorismo” de un palestino que osó defenderse con un cuchillo de cocina contra tanques blindados. Hamás, por su parte, no pierde la oportunidad de sumar otro “mártir” a su colección de reclamos propagandísticos, en este macabro juego de ping-pong donde la pelota siempre es un cadáver.

Mientras, en Cisjordania, el zoológico humano más caro del planeta sigue funcionando a pleno rendimiento: redadas nocturnas para llevarse a los niños, casas convertidas en escombros con precisión quirúrgica, y colonos armados hasta los dientes jugando a los vaqueros contra indígenas bajo la mirada cómplice de quienes deberían impedirlo. Todo ello, por supuesto, en nombre de la “seguridad” y el “derecho a existir” —derecho que, curiosamente, no parece aplicarse a los habitantes originales del terreno.

Las Naciones Unidas, ese club de preocupados profesionales de la condena express, vuelven a “lamentar profundamente” los hechos mientras archivan otro informe que nadie leerá. Mientras tanto, la industria armamentística celebra contratos récord, los líderes mundiales practican su mejor cara de circunstancia, y el ciclo se repite: muerte, indignación selectiva, olvido. Business as usual en el conflicto más rentable de Oriente Medio.

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Lo único cierto en este teatro del absurdo es que mañana habrá otro Ahmad, otro comunicado, otro bombardeo. Y así, hasta que el último palestino se convierta en metáfora o el último israelí en verdugo. Elijan su bando, señores espectadores, pero no digan después que no sabían cómo funcionaba el espectáculo.

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