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La paradoja de expulsar a quienes salvan la economía

La mano de obra inmigrante sostiene la economía mientras las redadas generan caos empresarial.

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La paradoja de expulsar a quienes salvan la economía

Trabajadores esposados tras ser arrestados por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en el hipódromo, hotel y casino Delta Downs, en la parroquia de Calcasieu, cerca de Vinton, Luisiana. Delito comprobado: aceptar empleos que nadie más quiere.

En un giro tragicómico que Jonathan Swift hubiera enmarcado, el Pew Research Center reveló que el 75% de los votantes —incluyendo al 59% de los devotos de Trump— reconocen lo que cualquier economista con dos neuronas sabe: los inmigrantes indocumentados realizan los trabajos que los ciudadanos nacionales rechazan con la misma vehemencia con que rechazan las verdades incómodas. Irónicamente, esta fuerza laboral fantasma fue la que salvó a Estados Unidos de la inflación en 2023, demostrando que el capitalismo prefiere la hipocresía a la recesión.

Las economistas Wendy Edelberg y Tara Watson de la Brookings Institution descubrieron lo que cualquier restaurantero o constructor sabe desde hace décadas: sin inmigrantes, la economía estadounidense colapsaría más rápido que un pastel de costco en manos de un político. Sus cálculos —que deberían grabarse en letras doradas en el Capitolio— muestran que los recién llegados permiten crear hasta 200,000 empleos mensuales sin disparar precios. ¿La respuesta del gobierno? Redadas, deportaciones y el eterno teatro de “protectores del empleo nacional”.

“La realidad es que una parte importante de nuestra industria depende de la mano de obra inmigrante —personas cualificadas y trabajadoras que han formado parte de nuestra fuerza laboral durante años—. Cuando hay redadas o represiones repentinas, se retrasan los plazos, se incrementan los costos y se dificulta la planificación anticipada”, explicó Patrick Murphy, excongresista demócrata y actual director de inversiones de Coastal Construction.

Mientras tanto, Stephen Miller, el arquitecto de políticas migratorias cuya humanidad parece extraviarse en algún manual de 1984, exige al ICE una cuota digna de línea de producción: 3,000 arrestos diarios. Porque nada estimula más la economía que desmantelar metódicamente la fuerza laboral que la sostiene.

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Stephen Miller, subjefe de despacho de la Casa Blanca
Stephen Miller, subjefe de despacho de la Casa Blanca, midiendo el éxito nacional en deportaciones por hora. Meta: superar a las cadenas de comida rápida en eficiencia.

El colmo llega con Douglas Holtz Eakin, exdirector de la CBO, admitiendo que hasta los inmigrantes legales temen ir a trabajar. ¿El resultado? Una política migratoria que combate la inflación deportando a sus propios antídotos, como si un hospital decidiera eliminar a sus enfermeros para reducir costos. Orwell lo llamaría doblepensar. Nosotros lo llamamos: política económica suicida.

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