La princesa Amalia descubre que los caballos no entienden de protocolo real

LA HAYA, Holanda — En un giro irónico digno de una fábula moderna, la princesa Amalia de Holanda, heredera de un trono que sobrevivió a guerras y tratados europeos, fue derrotada por un contrincante inesperado: su propio caballo. La Casa Real, en un comunicado que mezcla la solemnidad de un decreto medieval con la urgencia de un parte médico, confirmó que la joven de 21 años sufrió una fractura en su brazo derecho, el mismo que algún día podría firmar leyes o saludar a plebeyos desde un carruaje.

La operación, descrita como “exitosa” por los portavoces reales (quienes, por protocolo, evitan mencionar si el caballo fue sometido a interrogatorio), mantendrá a la princesa de Orange bajo observación en el lujoso hospital universitario de Utrecht, donde, se rumorea, las enfermeras practican reverencias antes de tomarle la presión. Mientras tanto, el pueblo llano se pregunta: ¿acaso los establos reales no cuentan con caballos previamente adoctrinados en el arte de no desmontar a su jinete?

El incidente revela una verdad incómoda: incluso con sangre azul, la gravedad sigue siendo republicana. Amalia, autoproclamada entusiasta jinete en un libro escrito por un cómico holandés (porque nada dice “seriedad monárquica” como dejar que un humorista narre tu vida), ahora aprende que la equitación es el único deporte donde el equipo puede decidir abandonarte literalmente. Quizás, tras este percance, la Casa Real considere reemplazar los caballos por bicicletas: al menos esas sí obedecen las normas de tráfico.

Mientras los medios especulan si el caballo será degradado a pony de jardín, la princesa se recupera entre algodones reales, demostrando que, en el siglo XXI, los peligros de la realeza ya no son las conspiraciones palaciegas, sino las caídas ecuestres. Una lección para futuros monarcas: antes de montar un trono, asegúrense de dominar el sillín.