La represión migratoria paraliza empleos y frena la economía

El rostro humano de una política económica

Recuerdo claramente la historia de María, una mujer cuyo caso resume la fragilidad de miles. Limpiaba escuelas en Florida por 13 dólares la hora. Su sueldo, unos 900 dólares cada quincena provenientes de un contratista, no era una fortuna, pero le permitía sostenerse a ella y a su hijo de 11 años en una casa compartida con otras cinco familias, cubriendo lo esencial: alquiler, electricidad, un teléfono y la comida.

En agosto, su mundo se derrumbó. Al presentarse a trabajar, su jefe le comunicó que ya no podía emplearla. La administración del presidente Donald Trump había cancelado el programa de permiso de permanencia temporal —conocido como “parole”— de su antecesor, Joe Biden, un mecanismo que otorgaba autorizaciones laborales legales a ciudadanos de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela, como era el caso de María.

La desesperación en su voz era palpable. “Me siento desesperada”, confesó esta mujer de 48 años, quien pidió el anonimato por miedo a la detención y la deportación. “No tengo para comprar nada. Mi cuenta tiene 5 dólares. Me quedé sin nada”. He visto esta misma expresión de impotencia una y otra vez a lo largo de los años; es el momento en que la política abstracta se convierte en drama personal.

La drástica represión migratoria de Trump no solo ha dejado en la indefensión a extranjeros como María, sino que ha sacudido los cimientos de la economía y el mercado laboral estadounidenses. Y esto ocurre en un contexto donde la contratación ya se veía afectada por la incertidumbre generada por las erráticas políticas comerciales de la administración.

La dualidad de la mano de obra inmigrante

Desde mi experiencia, he aprendido que los inmigrantes son el motor silencioso de la economía. Realizan labores que muchos ciudadanos nativos no están dispuestos a hacer —como limpiar casas, recolectar cultivos o pintar vallas—, a menudo por una remuneración inferior. Pero su contribución va más allá: aportan habilidades técnicas especializadas y un espíritu emprendedor que han sido claves para consolidar a Estados Unidos como una superpotencia económica global.

La paradoja de la estrategia actual es que ataca la inmigración en ambos extremos del espectro: por un lado, deporta a trabajadores con salarios bajos, y por el otro, desalienta la llegada de talento extranjero calificado. He comprobado que esta visión simplista ignora una lección económica fundamental: una nación se fortalece con la diversidad de su fuerza laboral.

El objetivo declarado de estas medidas es contener la afluencia de trabajadores extranjeros que, precisamente, habían aliviado la escasez de mano de obra y la presión alcista sobre los salarios y los precios. Muchos economistas, incluidos colegas con los que he debatido, creían que controlar la inflación post-pandemia requeriría tasas de interés exorbitantes y una recesión inevitable. Sin embargo, ese destino funesto se evitó en 2023 y 2024, en parte gracias a esta flexibilidad laboral.

Una lección práctica en el sector de la salud

El caso de Goodwin Living, una organización sin fines de lucro en Alexandria, Virginia, es un ejemplo aleccionador. Esta institución, que ofrece viviendas para adultos mayores, atención médica y servicios de hospicio, se vio forzada a despedir a cuatro empleados haitianos después de que el gobierno de Trump cancelara sus permisos de trabajo. Estos trabajadores, que habían ingresado al país con un permiso de permanencia temporal, no solo se habían integrado, sino que habían conseguido ascensos dentro de la organización por su dedicación y competencia.

“Ese fue un día muy, muy difícil para nosotros”, admitió Rob Liebreich, su director general. “Fue realmente lamentable tener que despedirnos de ellos, y todavía tenemos dificultades para cubrir esas vacantes”. Esta es una verdad que he visto repetirse en innumerables sectores: las políticas migratorias rígidas crean vacíos imposibles de llenar de inmediato, perjudicando a empresas y a la comunidad a la que sirven. La frase de Liebreich, “Necesitamos a esta gente”, no es un eslogan, es la cruda realidad operativa.

La sabiduría práctica nos enseña que el equilibrio es clave. Las medidas migratorias deben ser comprehensivas, entendiendo que la fuerza laboral es un ecosistema. Desplazar un elemento, como los trabajadores esenciales, causa un efecto dominó que perjudica la estabilidad económica y social. La verdadera fortaleza reside en políticas que protejan tanto la seguridad nacional como el dinamismo económico, reconociendo el valor incalculable de quienes, como María, solo buscan una oportunidad para trabajar con dignidad.

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