Foto: Agencia AP.
En un giro que solo la genialidad burocrática colombiana podía concebir, los guardianes de la ley han develado su tesis magistral: el magnicidio del senador Miguel Uribe Turbay habría sido orquestado por la Segunda Marquetalia, ese club nostálgico de exguerrilleros que, aburridos de la paz, decidieron reinventar el negocio del terror. Una revelación tan sorprendente como descubrir que el agua moja.
Esta hipótesis revolucionaria ya había sido susurrada meses atrás por un oráculo ministerial, pero la fiscalía, en un arrebato de rigor científico, insiste en explorar todas las fantasías, como si el móvil no fuera tan evidente como un elefante en una cacharrería. Mientras tanto, el senador conservador yacía acribillado por la espalda durante un mitin, víctima de la más cruda expresión del debate político contemporáneo.
El ballet de las hipótesis y los chivos expiatorios
El espectáculo policial alcanzó su clímax con la captura de Simeón Pérez Marroquín, alias “El Viejo”, un supuesto intermediario que encarna perfectamente al eslabón perdido entre la ideología revolucionaria y el pistolero a sueldo. El director de la policía, con la solemnidad de un sumo sacerdote, declaró en video que esta es la “hipótesis más fuerte“, como si la verdad se midiera por kilogramos en lugar de evidencias.
Mientras el Estado presenta su obra teatral con un elenco de nueve detenidos -incluyendo un menor que confesó el disparo y recibió como castigo unas vacaciones pagadas en un centro juvenil- la audiencia no puede evitar preguntarse: ¿es esto justicia o simplemente otra temporada de la telenovela nacional?
La Segunda Marquetalia: los peacemakers que volvieron al negocio familiar
La Segunda Marquetalia, esa disidencia que firmó la paz para después redescubrir su vocación armada, representa el perfecto emblema de la reconciliación a la colombiana: primero se sientan a la mesa de negociación con el gobierno de Gustavo Petro, y luego, como en un reality show, algunas facciones abandonan el diálogo para dedicarse a su pasatiempo favorito: el magnicidio por encargo.
En este grotesco carnaval donde los asesinos de ayer son los interlocutores de hoy, y donde las balas se disparan mientras se discuten los acuerdos de paz, Colombia demuestra una vez más su talento único para transformar la tragedia en farsa, y el crimen político en otro episodio más de su interminable epopeya nacional.



















