La UE excava el pasado climático que se niega a evitar en el presente

En un alarde de coherencia que dejaría perplejos a los mismísimos dioses nórdicos, un consorcio internacional de eruditos, financiado generosamente con 13,2 millones de euros de los contribuyentes europeos, se ha sumergido en las gélidas aguas danesas para descubrir algo que cualquier adolescente con una pancarta en Fridays for Future podría haberles dicho gratis: el nivel del mar sube.

La misión, bautizada con el pomposo nombre de “Proyecto Internacional para el Descubrimiento de lo Evidente”, ha desplegado a un ejército de buceadores, arqueólogos submarinos y dendrocronólogos (contadores oficiales de anillos de árboles ahogados) para exhumar meticulosamente los restos de una civilización que fue borrada del mapa por… ¡sorpresa!… una subida catastrófica de las aguas.

“Es una cápsula del tiempo perfectamente conservada”, declaró, con un entusiasmo que raya en lo obsceno, el doctor Peter Moe Astrup, mientras sus colegas aspiraban el lecho marino con una aspiradora subacuática de última generación, también pagada con fondos europeos. Lo que el doctor Astrup no menciona es que la burocracia de Bruselas es la cápsula del tiempo más eficiente jamás creada, preservando intactas e inamovibles las políticas que nos conducen al mismo destino.

Mientras los respetables científicos recuperan avellanas milenarias y trozos de madera tallada por algún hábil ciudadano de la Edad de Piedra, nuestros ilustres líderes contemporáneos, en la superficie, tallan con maestría aún mayor los presupuestos para combustibles fósiles y aprueban, con la urgencia de un glaciar, medidas que siempre llegan “para la próxima legislatura”.

El hallazgo más irónico, sin duda, es que la Unión Europea, esa gran defensora de las granjas eólicas marinas que amenazan con alterar estos yacimientos, gaste millones en estudiar cómo una sociedad primitiva fue arrasada por un cambio climático natural, al tiempo que financia con billones la industria que acelera el cambio climático antinatural que nos anegará a nosotros.

Es una lección de humildad: los hombres de las cavernas, con sus herramientas de piedra, no pudieron evitar su destino. Nosotros, con nuestros satélites y nuestros modelos climáticos, simplemente hemos elegido no evitar el nuestro, prefiriendo en cambio enviar buzos a fotografiar las ruinas de nuestro futuro.

El informe concluye que el aumento del nivel del mar hace 8.500 años “tuvo un gran impacto a largo plazo porque cambió completamente el paisaje”. Una revelación estremecedora que, sin duda, será leída con atención en la próxima cumbre del G7, justo antes de que se apruebe otra prórroga para las centrales de carbón.