Anuncios

La Vuelta se convierte en campo de batalla ideológico

En un giro que nadie previo, salvo todo el mundo, la competición ciclista más emblemática de España ha sido oficialmente redesignada como foro de debate geopolítico sobre ruedas. La etapa final no fue cancelada por meras razones de seguridad, sino elevada a la categoría de performance artística involuntaria sobre la imposibilidad de escapar de los grandes dramas de nuestro tiempo, ni pedaleando a cincuenta kilómetros por hora.

Las autoridades, maestras en el arte de la estimación creativa, calcularon que exactamente cien mil almas, ni una más ni una menos, habían abandonado sus sofás para coreografiar un espectáculo de protesta que opacó por completo el intrascendente hecho de que unos atletas sudorosos intentasen dar vueltas en círculo. El gobierno, en un ejercicio de equilibrismo retórico digno de elogio, por un lado pidió respeto para los competidores y por el otro manifestó su profunda admiración por quienes, armados con pancartas, decidieron que el circuito urbano de Madrid era el lugar idóneo para resolver el conflicto de Oriente Medio.

El corredor danés Jonas Vingegaard, quien inexplicablemente seguía empeñado en ganar una carrera de bicicletas, se quejó amargamente de que le hubiesen robado su “momento de eternidad”. Una frivolidad propia de quien no comprende que en la nueva España progresista, un podio es un privilegio colonialista y la eternidad debe ser colectiva o no será.

Mientras, el equipo Israel Premier Tech, que tuvo la osadía de existir, se vio obligado a una purga simbólica: borrar su nombre de los uniformes. Una solución tan profundamente efectiva como cambiar la funda de una almohada para curar una peste bubónica. La diplomacia del maillot en su máxima expresión.

El colmo del absurdo lo protagonizaron las fuerzas del orden, desplegadas con equipamiento antidisturbios para enfrentarse no a una insurrección, sino a un pelotón de lycra. Se vieron camiones militares, caballos y gases lacrimógenos, todos elementos tradicionales de cualquier gran fiesta del deporte familiar. La ceremonia del podio fue cancelada por motivos de seguridad, sustituida por una versión privada y clandestina, como si se tratase de repartir literatura subversiva y no copas de plata.

Así, lo que comenzó como una vuelta ciclista terminó como la metáfora perfecta de nuestra era: una competición donde el gesto político corre más que los atletas, donde la pancarta pesa más que la hazaña, y donde la única línea de meta clara es la de la razón, que abandonó la carrera hace ya varias etapas. El vencedor final no fue el danés, sino el espectáculo de lo grotesco, demostrando una vez más que en el circo moderno, los payasos ya no están en la pista, sino dirigiendo la función desde todos lados.

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio