Una mirada desde dentro: el llamado a la fraternidad y el desafío vocacional
ROMA — Con un tono que recuerdo de otros tiempos, pero con una cadencia propia, el papa León XIV se dirigió este lunes a los cardenales y obispos de la Santa Sede. Su mensaje navideño a la Curia Romana no fue el reproche incisivo que algunos esperaban, sino una invitación reflexiva, casi personal, que denota un conocimiento profundo de los pasillos vaticanos. Tras años de observar desde dentro, sé que la pregunta que lanzó al aire —”¿Es posible ser amigos en la Curia Romana?”— no es retórica. Es el eco de una tensión real que muchos hemos vivido: la lucha entre la misión espiritual y las inevitables dinámicas humanas de ambición y poder.
León, habiendo trabajado aquí antes de su elección, evitó las metáforas médicas contundentes de su predecesor, el papa Francisco, como el “Alzheimer espiritual” o el “cáncer” de las camarillas. En su lugar, optó por una corrección fraterna. He aprendido que este enfoque, aunque menos espectacular, puede a veces calar más hondo en una institución donde la memoria es larga y la susceptibilidad, alta. Su crítica fue suave pero precisa, apuntando a esa “amargura” que surge al ver que “ciertas dinámicas —vinculadas al ejercicio del poder, el deseo de prevalecer o la búsqueda de intereses personales— son lentas en cambiar”. Es la decepción del idealista que choca con la inercia burocrática, un sentimiento que cualquier reformador con experiencia conoce bien.
La paz como proyecto, no como eslogan
Tras un pontificado tan polarizante como el de Francisco, la apuesta de León por la unidad y la pacificación es una estrategia clara. Su llamado a forjar comunión “dentro de la Iglesia y más allá” es un reconocimiento tácito de un mundo —y una Iglesia— fracturados. En mi trayectoria, he visto cómo la “agresión y la ira” de la esfera digital, que él menciona, envenena también el diálogo interno. Su mensaje navideño, por tanto, es un recordatorio práctico: la paz comienza por sanar las relaciones en casa.
La crisis vocacional: un diagnóstico más allá de los números
Donde la experiencia de León y mi propio conocimiento del terreno se vuelven más cruciales es en su abordaje de la “crisis” sacerdotal. Las cifras son elocuentes: de los 415.348 sacerdotes en 2013 hemos pasado a 406.996 en 2023, con un crecimiento solo en África y Asia. Pero los números solo cuentan una parte de la historia.
El Pontífice, siendo él mismo un agustiniano acostumbrado a la vida comunitaria, pone el dedo en llagas reales que he visto causar estragos: la soledad del párroco, la desconfianza por los escándalos de abuso, las disparidades económicas insostenibles. Su propuesta de “igualación económica” entre parroquias ricas y pobres no es mera teoría; es una lección aprendida de ver a sacerdotes talentosos quemarse por preocupaciones materiales. Y su llamado a que los obispos fomenten más opciones de vida comunitaria es un insight práctico. La soledad no combatida es el preludo de la renuncia.
Su documento con motivo del 60 aniversario de los decretos sobre formación de futuros sacerdotes va al grano. Señalar la “dolorosa realidad” de quienes abandonan poco después de la ordenación exige una autocrítica valiente sobre lo que enseñamos —y, más importante, lo que no enseñamos— en los seminarios. No se trata solo de animar vocaciones, sino de formar para perseverar. Como él mismo escribe, se necesita “el coraje de hacer propuestas fuertes y liberadoras a los jóvenes”. Ese coraje nace de escuchar, de diagnosticar con honestidad y de ir más allá de soluciones superficiales. La crisis es compleja, pero, como demuestra este mensaje, comienza a abordarse nombrando las cosas por su nombre, con fraternidad y con planes concretos.











