WASHINGTON. Con una decisión que sella el capítulo final de una trayectoria legislativa sin precedentes, Nancy Pelosi ha declarado que no contenderá por la reelección a la Cámara de Representantes. En mis más de tres décadas observando la política desde dentro, he visto cómo algunos líderes se aferran al poder hasta el último minuto, pero los más sabios, como Pelosi, comprenden el momento exacto para ceder el testigo, asegurando que su legado perdure.
La congresista, quien ha sido la voz de San Francisco durante casi cuatro décadas, hizo pública su determinación el jueves mediante un mensaje audiovisual. “No buscaré la reelección al Congreso”, afirmó con esa serenidad que solo otorga la experiencia de haber navegado las aguas más turbulentas del poder. He aprendido que en política, el tono de una despedida revela tanto como el contenido de un discurso de victoria.
Con un ánimo esperanzador y la mirada puesta en el futuro, mientras las pantallas exhibían un compendio de sus logros legislativos, Pelosi confirmó que completará su período actual. Hizo un llamado a sus representados para que mantengan vivo el espíritu de innovación y liderazgo que ha caracterizado a su distrito. “San Francisco, conoce tu poder”, exhortó. “Hemos hecho historia. Hemos progresado. Siempre hemos liderado el camino”.
Y, con la sabiduría de quien ha presenciado ciclos políticos completos, añadió: “Y ahora debemos continuar haciéndolo, participando plenamente en nuestra democracia y luchando por los ideales estadounidenses que apreciamos”. En mi experiencia, son estas transferencias de inspiración, más que las de poder, las que realmente moldean el futuro de un partido.
Aunque muchos en los círculos internos anticipábamos este movimiento, su anuncio formal ha creado ondas de impacto en Washington y California. Estamos siendo testigos del relevo generacional de una cohorte de líderes con una veteranía incomparable. Algunos se retiran con renuencia, otros con propósito, pero todos dejan un vacío que será llenado por una nueva generación ávida por dirigir el destino del Partido Demócrata y enfrentar los desafíos de la era Trump.
Pelosi permanece como una fuerza política formidable. Su influencia fue determinante en la batalla por la redistribución de distritos en California, la Proposición 50, y en el resurgimiento del partido durante los comicios de este mes. Mantiene una agenda exhaustiva de actos públicos y recaudación de fondos, y su partida desencadena inevitablemente una pugna por la sucesión en su distrito y deja en el aire la crucial interrogante sobre quién asumirá su rol de liderazgo estratégico entre bastidores en el Capitolio.
Arquitecta fundamental de la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio y una figura de talla internacional, Pelosi, a sus 85 años, incursionó en la política con una madurez que le permitió aportar una perspectiva única, siendo madre de cinco hijos, casi todos adultos. Siempre admiré cómo, a lo largo de los años, desestimó con firmeza los llamados a retirarse, transformando las preguntas sobre sus intenciones en una defensa elocuente sobre la igualdad de género, cuestionando si se interrogaba con la misma insistencia a sus homólogos masculinos.
En su mensaje de despedida, recordó que su primer eslogan de campaña fue “una voz que será escuchada”. Y, con la contundencia de quien ha cumplido lo prometido, se convirtió en una oradora “cuya voz ciertamente sería escuchada”. He comprobado que en la vida pública, pocos pueden hacer esa afirmación con tanta propiedad. Su partida no es solo el fin de una carrera; es el cierre de un método de hacer política, uno forjado en la convicción, la estrategia meticulosa y una resiliencia que se niega a ser silenciada.















