Internacional
Nashville bajo el microscopio republicano por su resistencia a las redadas de ICE
La batalla política en Nashville revela choques entre seguridad y derechos humanos con tintes de absurdo institucional.

En la soleada Nashville, donde la música country suele ahogar los gritos de la discordia, los legisladores republicanos han decidido que el mejor uso de su tiempo es perseguir a un alcalde progresista con la obsesión de un perro tras un hueso imaginario. Freddie O’Connell, el alcalde en cuestión, cometió el imperdonable pecado de preocuparse por las familias destrozadas por las redadas del ICE, una agencia federal que, al parecer, opera bajo el lema “arrestamos primero, preguntamos después”.
Los republicanos, liderados por el siempre entusiasta Andy Ogles, han convertido la investigación de O’Connell en un espectáculo digno de un reality show. ¿Su crimen? Documentar las interacciones entre las autoridades locales y los agentes federales, como si la transparencia fuera algo más que una palabra de moda en los discursos de campaña. ¡Qué atrevimiento! Peor aún, el alcalde tuvo la osadía de organizar una recaudación de fondos para familias afectadas, como si ayudar a seres humanos fuera parte de su trabajo.
Mientras tanto, el ICE, esa máquina bien engrasada de deportaciones, arrestó a 196 personas en una semana, presumiendo de que 95 tenían antecedentes penales (aunque se negaron a especificar si esos “delitos” incluían pasarse un semáforo en ámbar). Lisa Sherman Luna, de la Coalición de Derechos de Inmigrantes, señaló que los agentes detenían a gente yendo al trabajo o recogiendo a sus hijos, porque nada dice “seguridad nacional” como separar a un padre de su hijo por el delito de existir sin papeles.
Ogles, en un arrebato de teatralidad, anunció su investigación en el Capitolio estatal, cerrado al público pero abierto a la hipocresía. Entre tanto, Tom Homan, el autoproclamado “zar fronterizo” de la era Trump, amenazó con “inundar la zona” de agentes, como si Nashville fuera un campo de batalla y no una ciudad donde la gente intenta vivir su vida.
Para rematar, los republicanos de Tennessee aprobaron una ley que convierte en delito grave cualquier política que huela a santuario, porque ¿qué mejor manera de demostrar su amor por la libertad que criminalizar la compasión? Eso sí, la nueva división estatal de inmigración protege sus registros del escrutinio público, porque la transparencia, al parecer, solo aplica cuando conviene.
En resumen: Nashville es ahora el escenario de un absurdo político donde ayudar a migrantes es subversivo, y perseguir al que ayuda es patriotismo. Jonathan Swift, en algún lugar del más allá, se ríe—o tal vez llora.

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