Internacional
Noruega desafía el status quo con desinversión en empresas vinculadas a Gaza
El gigante financiero noruego rompe el silencio global con una decisión que redefine el poder del capital ético.

El fondo soberano de Noruega, coloso financiero con 1,9 billones de dólares bajo gestión, acaba de trazar una línea en la arena geopolítica. Su decisión de desinvertir en 11 empresas israelíes vinculadas al conflicto en Gaza no es solo un movimiento contable: es un misil ético dirigido al corazón de la hipocresía internacional. Imaginen un mundo donde los flujos de capital se conviertan en votos diarios por la dignidad humana. Noruega acaba de demostrar que es posible.
Este fondo, creado como salvaguarda de la riqueza petrolera noruega, ha operado históricamente como un faro de inversión responsable. Pero su exclusión tardía de empresas como Bet Shemesh Engines —proveedora de tecnología militar— plantea una pregunta incómoda: ¿por qué la comunidad internacional necesita masacres televisadas para activar sus protocolos éticos? La rapidez con que Noruega congeló activos rusos en 2022 contrasta dolorosamente con su vacilación ante Gaza.
La genialidad disruptiva de esta jugada reside en su arquitectura financiera. Al retirarse solo de empresas fuera del índice de referencia, Noruega ejecuta un jaque mate político: mantiene influencia en el tablero mientras envía un mensaje demoledor. Es el equivalente económico de Ghandi tomando la sal del Imperio Británico: un acto aparentemente modesto con potencial revolucionario.
Criticar esta medida por “insuficiente” es perder la perspectiva. El verdadero impacto está en el efecto dominó: BlackRock y Vanguard ahora tienen sus carteras bajo el microscopio público. Irlanda y Bélgica, países con fuertes movimientos pro-palestinos, podrían seguir el ejemplo. Este es el nacimiento de un nuevo paradigma donde los balances contables se convierten en declaraciones de principios.
La pregunta que debería estremecernos es: ¿y si esta desinversión fuera solo el primer movimiento de un ajedrez geofinanciero más audaz? Imaginen fondos soberanos coordinando exclusiones sectoriales como herramienta diplomática, o algoritmos de inversión que penalicen automáticamente violaciones de derechos humanos. Noruega acaba de demostrar que el capitalismo puede reprogramarse éticamente —la cuestión es si tendremos el coraje colectivo para escribir ese código.
Al convertir 2 mil millones de dólares en un símbolo global, Noruega no solo cambia su cartera: desafía la ficción de que economía y moral son reinos separados. El verdadero legado de esta decisión no se medirá en pérdidas financieras, sino en cuántos países tendrán la valentía de convertir sus principios en políticas. La revolución ética del siglo XXI podría nacer, irónicamente, de las frías planillas de Excel de los gestores de fondos.

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