Güiria, Venezuela: La crisis detrás del conflicto
En la Península de Paria, un paraíso caribeño venezolano, la línea entre la pesca tradicional y el comercio ilícito se desdibuja cada día más. Los habitantes conocen la realidad: las embarcaciones que zarpan desde sus puertos pueden transportar tanto pescado como cargamentos de narcóticos.
La comunidad reconoce indirectamente el éxito de estas operaciones clandestinas cuando observa un aumento repentino en el consumo: personas comiendo en restaurantes, arreglándose en peluquerías y adquiriendo productos de primera necesidad. Un ciclo que se detuvo abruptamente tras la intervención militar estadounidense a principios de septiembre.
Economía en crisis: pesca versus supervivencia
Los detalles sobre el ataque del 2 de septiembre permanecen bajo especulación. El gobierno de Trump afirmó que el objetivo transportaba drogas y miembros del Tren de Aragua, pero los pescadores locales contextualizan esta realidad: sobrevivir únicamente de la pesca significa aceptar una vida en pobreza extrema.
La reconfiguración de barcos pesqueros para contrabando de migrantes, tráfico de personas y combustible se ha normalizado tras una década de colapso económico nacional. “Aquí no hay revolución”, declara Alberto Díaz, jubilado local. “Aquí lo que hay es hambre, sacrificio, puro dolor”.
Tecnología y especulaciones
Los pescadores de Paria identificaron inmediatamente las características técnicas de la embarcación intervenida: un “peñero” de 12 metros con cuatro motores de alta potencia, cada uno valuado entre 15,000 y 20,000 dólares. “La pesca no da para comprar un motor así”, confirma Junior González, pescador de Guaca.
Expertos como Christopher Sabatini de Chatham House cuestionan la narrativa oficial: “Estos son pescadores—y ahora narcotraficantes—a pequeña escala que no representan el núcleo real del problema”.
Consecuencias inmediatas
Las nuevas políticas pesqueras han reducido los ingresos mensuales a menos de 100 dólares, insuficientes para cubrir una semana de alimentación básica. El contraste con los pagos inmediatos del narcotráfico es abismal.
Kira Torres, residente de El Morro de Puerto Santo, explica la cruda realidad: “La necesidad obliga a todo. Muchos cometen el error porque tienen hambre o un familiar enfermo”.
Impacto económico visible
El flujo de dólares y euros marca el éxito de las operaciones ilícitas, visible en el consumo repentino de bienes y servicios. Jean Carlos Sucre, propietario de un restaurante en Güiria, reporta una caída del 90% en sus ventas semanales tras la operación militar: “Esta semana vendí diez hamburguesas de las 90 que vendía antes”.
El miedo ha paralizado tanto las actividades ilícitas como la economía local, profundizando una crisis humanitaria que transforma la supervivencia en el único horizonte posible para las comunidades costeras venezolanas.