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Panamá suspende libertades ante protestas bananeras que espantan al Tío Sam

El paraíso caribeño se convierte en escenario de caos mientras el gobierno suspende derechos básicos.

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Panamá suspende libertades ante protestas bananeras que espantan al Tío Sam

CIUDAD DE PANAMÁ — En un giro tragicómico digno de realismo mágico, el gobierno panameño ha decidido que la mejor forma de “proteger” a sus ciudadanos es prohibiéndoles ser ciudadanos. Mientras Bocas del Toro arde entre motines bananeros y saqueos revolucionarios (que, seamos honestos, parecen más un mal episodio de Rebelde con machetes), Washington emite su ritual mensual de “no vengan, a menos que les guste el caos con aroma a piña colada”.

Las postales turísticas del Caribe ahora incluyen piquetes sindicales decorando aeropuertos y edificios públicos convertidos en instalaciones artísticas (estilo “expresionismo anarquista”). La estrella del espectáculo: Changuinola, donde manifestantes y policías protagonizan un remake de West Side Story, pero con gases lacrimógenos en lugar de canciones. El elenco incluye a maestros, obreros y hasta la transnacional Chiquita Brands, que —en un acto de solidaridad corporativa— despidió a medio pueblo para “ayudar” a calmar los ánimos.

Lo más irónico: mientras el Ministerio de Seguridad anuncia con orgullo que ha vandalizado el internet (sí, leyeron bien) para “proteger el orden”, los manifestantes responden quemando el estadio de béisbol. Porque nada dice “justicia social” como convertir un diamante deportivo en una fogata gigante. Eso sí, la Embajada estadounidense —siempre atenta a las oportunidades pedagógicas— aprovecha para dar lecciones de supervivencia: “Quédense en casa o escápense si pueden“, como si Bocas del Toro fuera el set de The Purge tropical.

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Detrás de este circo, por supuesto, yace la verdadera estrella: una reforma de pensiones tan impopular que hasta los cocoteros parecen protestar. Los gremios exigen su derogación, el gobierno insiste en su “sacrificio necesario”, y los únicos que ganan son los memes políticos, que ya bautizaron el conflicto como “La Guerra del Plátano: cuando madura, explota“.

Mientras tanto, el turismo —esa industria que Panamá cuidaba más que a su propia democracia— recibe otro golpe. ¿El mensaje para los visitantes? “Disfruten de nuestras playas… si logran pasar entre barricadas“.

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