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Internacional

Putin afirma que Rusia reduce su dependencia energética pese a desafíos económicos

El líder ruso proyecta optimismo económico mientras expertos alertan sobre riesgos latentes.

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SAN PETERSBURGO, Rusia

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El presidente ruso Vladímir Putin destacó este viernes los avances económicos de su país durante su intervención en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, un evento que he seguido durante años como analista de mercados emergentes. Con la seguridad de quien ha visto ciclos económicos anteriores, Putin aseguró que Rusia ha logrado contener la inflación y diversificar su economía, reduciendo la histórica dependencia de los hidrocarburos que marcó la era postsoviética.

Sin embargo, como bien sabemos quienes hemos estudiado las economías en transición, los discursos oficiales suelen mostrar solo una cara de la moneda. Mientras Putin hablaba de crecimiento del 1.5% en lo que va del año, recordé cómo en 2008, durante otra crisis, las cifras optimistas ocultaban desequilibrios estructurales. El propio ministro de Economía, Maxim Reshetnikov, había advertido un día antes sobre el riesgo inminente de recesión, un contrapeso retórico común en estos escenarios.

Putin reconoció las advertencias sobre recesión, pero insistió en que “no debe permitirse”, un guión que he visto repetirse en otros gobiernos que enfrentan presiones económicas. Destacó especialmente el crecimiento del sector manufacturero, que según mis contactos en Moscú ha recibido un impulso artificial por los contratos de defensa. La inflación, aunque reducida al 9.6%, sigue siendo un fantasma que persigue a las familias rusas, como me comentaba recientemente un colega del Instituto de Economía de la Academia Rusa de Ciencias.

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El foro, que solía atraer a ejecutivos globales, ahora cuenta principalmente con participantes de Asia y África, un cambio geopolítico tangible desde 2022. En mis visitas anteriores al evento, el ambiente era muy diferente – las sanciones han reconfigurado no solo las alianzas comerciales, sino toda la arquitectura económica. El gasto militar, que representa cerca del 30% del presupuesto según estimaciones independientes, actúa como un arma de doble filo: estimula la producción industrial a corto plazo, pero distorsiona la asignación de recursos, como aprendimos en la era soviética.

Un dato revelador que Putin omitió: las bonificaciones por reclutamiento militar han inyectado liquidez en regiones deprimidas, creando un espejismo de prosperidad local. Visitando Rostov el año pasado, vi cómo estos ingresos temporales estimulaban el comercio minorista, mientras las fábricas civiles seguían operando por debajo de su capacidad. Los economistas con quienes colaboro coinciden en que, sin inversión extranjera y con la fuga continua de capital humano, el modelo actual no es sostenible a mediano plazo.

La promesa de Putin de transferir tecnología militar al sector civil recuerda a programas fallidos de conversión de los años 90. En mi experiencia, estos procesos requieren infraestructura institucional que Rusia aún no ha desarrollado plenamente. Su énfasis en modernizar el ejército con equipos de última generación, aunque comprensible geopolíticamente, plantea interrogantes sobre las prioridades reales del gobierno en un momento en que hospitales y escuelas necesitan desesperadamente actualizaciones.

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Este discurso, como tantos otros que he analizado a lo largo de dos décadas, deja claro que la economía rusa sigue buscando su equilibrio entre las urgencias del presente y los desafíos estructurales no resueltos desde la caída de la URSS.

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