Qatar cierra su cielo mientras la diplomacia vuela bajo radar

En un movimiento que ha dejado a los aviones rascándose las alas en tierra, el emirato de Qatar ha decidido que el cielo puede esperar. Las autoridades, en un arrebato de celo protector, han clausurado el espacio aéreo con la solemnidad de quien cierra un parque por “mantenimiento”, pero en realidad porque el tablero geopolítico huele a pólvora recién disparada.

El comunicado oficial, redactado con la precisión de un horóscopo, asegura que la medida es “temporal” —como la paz en Oriente Próximo— y forma parte de un “conjunto de medidas de precaución”. Traducción: alguien ha vuelto a apretar el botón de “pánico regional” y ahora todos bailan al son de los rumores no confirmados.

Mientras el Ministerio de Asuntos Exteriores qatarí insiste en su “coordinación estrecha” con socios internacionales —léase: mira de reojo a Washington—, la Embajada estadounidense en Doha ha recomendado a sus ciudadanos que jueguen a las escondidas “hasta nuevo aviso”. ¿El motivo? Un misterio tan bien guardado como el guión de la próxima temporada de sucesos en la región.

No podía faltar el toque trumpiano: el Gobierno de EE.UU. ha lanzado su habitual sermón sobre “cautela extrema”, porque cuando hay tensiones, nada tranquiliza más que recordar a los ciudadanos que son potenciales blancos móviles. Todo esto mientras Al Udeid, la mega-base estadounidense en Qatar, sigue operando. Porque, claro, algunas precauciones son más precavidas que otras.

La guinda la pone Bahréin, donde la Embajada estadounidense ha descubierto las maravillas del teletrabajo. “Tensiones regionales”, dicen. O quizá simplemente han notado que es más seguro twittear sobre paz mundial desde casa.

Así, entre eufemismos diplomáticos y bases militares disfrazadas de atracciones turísticas, el Golfo demuestra una vez más que, cuando se trata de conflictos, prefieren el formato “suspenso” antes que el de “resolución”.