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Internacional

Rebeldes vinculados al Estado Islámico masacran feligreses en una iglesia congoleña

La sombra del terror vuelve a cubrir Ituri mientras la comunidad clama por justicia y protección.

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GOMA, República Democrática del Congo — En un acto que combina la crueldad con la bufonería macabra, los autoproclamados libertadores de la Fuerza Democrática Aliada (FDA) —un grupo tan democrático como un juicio estalinista— decidieron que el mejor lugar para expresar su descontento político era una iglesia llena de civiles. El resultado: 34 almas enviadas al más allá en un servicio religioso que nadie había planeado.

Dieudonné Duranthabo, coordinador de la sociedad civil en Komanda —un título que en esta región equivale a ser el encargado de contar cadáveres—, narró con amarga ironía cómo los voluntarios preparaban una fosa común en el recinto sagrado. Es lo mínimo que podemos hacer, parecía decir, después de que los señores de la guerra nos obsequiaran con semejante carnicería.

Mientras tanto, el ejército congoleño, siempre puntual como un reloj descompuesto, confirmó 10 muertes —una cifra tan alejada de la realidad como un político honesto—. Los medios locales, menos dados a la aritmética creativa, elevaron el número a más de 40. Las imágenes del lugar, dignas de un guion de terror, mostraban edificios en llamas y feligreses convertidos en mártires sin quererlo.

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La FDA, ese club de beneficencia que juró lealtad al Estado Islámico en 2019 —porque nada dice democracia como decapitar civiles—, demostró una vez más su compromiso con la paz. Tras saquear Komanda, los insurgentes huyeron tan rápido como un funcionario ante una pregunta incómoda, dejando atrás un reguero de sangre y preguntas sin respuesta.

Duranthabo, con la paciencia de un santo y la frustración de un ciudadano abandonado, exigió una intervención militar lo antes posible. Traducción: antes de que nos maten a todos. Pero en el este del Congo, donde los grupos armados campan a sus anchas y la ONU reparte condenas como si fueran caramelos, la ayuda suele llegar cuando ya solo quedan lágrimas que secar.

Para rematar la farsa, las FARDC —las fuerzas armadas congoleñas— siguen en su eterna batalla contra la FDA y el M23, un conflicto que ya tiene más temporadas que una telenovela barata. Mientras tanto, los civiles, esos extras en la película de la guerra, siguen pagando el precio de una paz que nunca llega.

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