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Internacional

Rusia satura los cielos ucranianos con drones en su ofensiva más feroz

Moscú desata una lluvia de drones mientras Kiev resiste con uñas y tecnología, en un macabro juego de ajedrez bélico.

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KIEV, Ucrania — En un espectáculo digno de un circo apocalíptico, Rusia decidió decorar el cielo ucraniano con 479 drones, como si fueran fuegos artificiales de la destrucción, en lo que las autoridades locales calificaron como el mayor regalo nocturno de la era Putin. La Fuerza Aérea ucraniana, entre lágrimas y misiles, informó que solo 10 de estos “regalos” lograron llegar a su destino, lo que sugiere que o bien los ucranianos son expertos en derribar juguetes voladores, o los rusos tienen una puntería digna de un borracho en una feria.

Mientras tanto, el Kremlin, en un gesto de generosidad bélica, también incluyó 20 misiles en su paquete de destrucción, porque ¿qué es un bombardeo sin un poco de variedad? Las áreas centrales y occidentales de Ucrania fueron las afortunadas receptoras de esta “atención especial”, aunque, por suerte, solo una persona resultó herida. Claro, las cifras no pueden verificarse, porque en esta guerra, como en un reality show, la verdad es un concepto flexible.

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El presidente Volodymyr Zelenskyy, siempre optimista, describió la situación como “muy difícil”, lo que en lenguaje bélico se traduce como “estamos jodidos, pero sonriendo para la cámara”. Ucrania, con menos soldados que un equipo de fútbol suburbano, sigue rogando a Occidente más armas, mientras Estados Unidos parece más indeciso que un adolescente eligiendo su carrera universitaria.

Pero no todo es tragedia. Ucrania, en un acto de rebeldía digno de una película de acción, ha respondido con ataques a bases aéreas rusas, demostrando que hasta el más pequeño puede dar un buen susto al gigante dormido. Rusia, ofendida como un niño al que le quitan su juguete, ha prometido represalias, porque en esta guerra, como en el patio del colegio, nadie puede quedarse sin la última palabra.

Las negociaciones de paz, por su parte, avanzan con la velocidad de un caracol en huelga. Se han intercambiado prisioneros, como si fueran cromos de un álbum macabro, pero los muertos siguen esperando su turno en una suerte de limbo logístico. Zelenskyy acusa a Rusia de “jugar sucio”, como si alguien esperara fair play en un conflicto donde la ética brilla por su ausencia.

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Mientras tanto, los drones siguen volando, los misiles siguen cayendo, y los líderes siguen hablando. La guerra, como un mal reality show, no parece tener final a la vista. Pero al menos, en medio del caos, hay una lección clara: cuando la diplomacia falla, siempre queda la opción de convertir el cielo en un arcade mortal.

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