Internacional
Sobrecargos de Air Canada desafían orden gubernamental y profundizan el caos aéreo
La rebelión de los sobrecargos desafía al gobierno y deja en tierra a miles de viajeros en pleno caos veraniego.

Sobrecargos de Air Canada desafían orden gubernamental y profundizan el caos aéreo
En un espectáculo digno de una tragicomedia kafkiana, los sobrecargos de Air Canada han convertido los cielos del país en un teatro del absurdo, donde el gobierno juega al equilibrista entre su retórica pro-laboral y su obsesión por salvar la temporada turística. Mientras tanto, 130 mil pasajeros diarios aprenden por las malas que en la era de la aviación moderna, el único derecho garantizado es el de quedarse en tierra.
La Junta de Relaciones Industriales, ese ente mitológico que cree que resolver conflictos laborales es como apagar un incendio con decretos, ordenó el retorno al trabajo so pena de… bueno, de nada en concreto. Mark Hancock, líder sindical, respondió con un gesto digno de Hollywood: destrozó la orden frente a cámaras mientras coreaba el lema revolucionario de nuestro tiempo: “No me culpes a mí, culpa a Air Canada”. Toda una declaración de principios en la era de la posverdad corporativa.
El gobierno liberal, atrapado en su propio laberinto ideológico, balbucea sobre independencia judicial mientras repite como mantra que “no es momento para riesgos económicos”. Traducción: los trabajadores pueden esperar, pero las vacaciones de verano no. La ministra Hajdu, en un alarde de originalidad, recurrió al viejo truco de echarle la culpa a los aranceles estadounidenses, porque en la política canadiense siempre hay que tener un enemigo externo a mano.
Mientras tanto, en el aeropuerto Pearson, los turistas descubren que el sueño canadiense se reduce a maletas abandonadas y conexiones perdidas. Mel Durston, visitante británico, resume la filosofía del viajero moderno: “Queríamos ver las Montañas Rocosas, pero puede que nos toque ver el estacionamiento del aeropuerto”. Por su parte, la pareja Hart-Virani demostró que en el capitalismo tardío siempre hay un tarjeta de crédito que puede comprar una salida… a 2,600 dólares canadienses por cabeza.
La aerolínea, en un giro digno de Orwell, anuncia con orgullo que sus empleados serían “los mejor pagados de Canadá”… siempre y cuando acepten trabajar gratis cuando el avión está estacionado. El sindicato replica que un 8% de aumento en tiempos de inflación galopante es como ofrecer un salvavidas de papel. Mientras tanto, el arbitraje obligatorio se consolida como la nueva forma de diálogo social: cuando las partes no se ponen de acuerdo, el gobierno decide por ellas.
En este circo a 30,000 pies de altura, solo hay una certeza: cuando el capitalismo y el sindicalismo chocan, los únicos que siempre pierden son los que pagan los boletos. Air Canada promete reembolsos (en algún momento) y opciones alternativas (si las hay), porque en la economía gig del transporte aéreo, la responsabilidad siempre es del cliente… o de los empleados… o del gobierno… pero nunca, jamás, de quienes diseñan el sistema.

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