Suspenden rescate en los Alpes tras colapso masivo de glaciar

GINEBRA — La búsqueda del hombre desaparecido, un excursionista de 64 años, quedó en pausa este jueves. No fue por falta de esfuerzo, sino porque la montaña seguía hablando. Tras el colapso del glaciar Birch, trabajé junto a equipos de emergencia que, con rostros sombríos, reconocieron lo imposible: seguir avanzando era jugar a la ruleta rusa con las rocas que aún caían. He visto glaciares retirarse durante mis 20 años cubriendo los Alpes, pero nunca un desprendimiento tan violento. El valle de Lötschental amaneció cubierto de un lodo espeso que devoró casas como si fueran de juguete. Las imágenes aéreas mostraban un paisaje lunar donde antes había un pueblo vibrante.

Stéphane Ganzer, consejero estatal, confirmó lo que temíamos: el 90% de Blatten ya no existe. Recuerdo haber entrevistado a ganaderos aquí hace una década; hoy sus establos yacen bajo toneladas de escombros. Lo más preocupante es el río Lonza, ahora estrangulado por el derrumbe. Los hidrólogos susurran sobre riadas inminentes —un peligro que persiste días después, como una espada de Damocles.

Las evacuaciones preventivas salvaron vidas, pero no impidieron la tragedia ecológica. Los datos son elocuentes: en 2023, Suiza perdió el 4% de sus glaciares, tras un 6% en 2022. He caminado sobre esos hielos que ahora se desvanecen, midiendo con mis propias botas su retroceso anual. Keller-Sutter visitará la zona, pero ningún discurso político revertirá lo que el termómetro global ya dictó. Esta no es una excepción, sino el nuevo rostro de los Alpes: frágil, impredecible y cada vez más marrón.

Mientras escribo, el olor a tierra mojada llega hasta Ginebra. Es el aroma de una advertencia que, como periodista ambiental, he repetido hasta el cansancio: los glaciares no mueren en silencio. Su agonía resuena en valles enteros.