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Internacional

Turquía tiembla otra vez entre escombros y discursos vacíos

Mientras los edificios caen como fichas de dominó, las promesas oficiales resuenan más fuerte que las réplicas.

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Estambul, Turquía — La tierra, en un acto de rebeldía geológica, decidió recordar a los turcos que vivir sobre fallas tectónicas es como bailar sobre un polvorín. Un sismo de magnitud 6,1 sacudió el noroeste del país, derribando edificios con la elegancia de un niño aburrido destruyendo su castillo de arena. Las autoridades, expertas en convertir tragedias en opportunidades fotográficas, anunciaron que al menos una persona quedó atrapada entre escombros, mientras los héroes de turno —trajeados para la ocasión— prometían rescates épicos.

El epicentro, ubicado en la provincia de Balikesir, envió ondas de pánico hasta Estambul, donde 16 millones de almas recordaron que sus apartamentos de lujo valen menos que un castillo de naipes en un vendaval. El ministro del Interior, Ali Yerlikaya, declaró solemnemente a la televisión nacional que habían rescatado a cinco personas, incluida una anciana, porque incluso la naturaleza debe respetar el rating televisivo. Mientras tanto, en el pueblo de Golcuk, las casas se desplomaron con la misma facilidad que las promesas electorales, y el minarete de una mezquita decidió que el cielo estaba demasiado lejos y se rindió.

El ministro de Salud, Kemal Memisoglu, tuitó que cuatro personas estaban siendo atendidas, pero aseguró que ninguna corría peligro de muerte —a menos que contemos el peligro de morir de aburrimiento por los discursos oficiales—. Mientras tanto, el alcalde de la capital provincial, Ahmet Akin, declaró con optimismo forzado: “Nuestra esperanza es superar esto sin pérdidas humanas”, como si las esperanzas pudieran sostener vigas de concreto.

La Agencia de Gestión de Desastres, esa entidad que parece existir solo para recordarnos lo mal que gestionamos los desastres, advirtió sobre réplicas e imploró a la ciudadanía que no entrara en edificios dañados. Consejo útil, si no fuera porque muchos no tienen otro lugar adónde ir. El presidente Erdogan, maestro en el arte de la solidaridad digital, tuvió sus condolencias y un “Que Dios proteja a nuestro país”, omitiendo mencionar que quizás Dios esperaba que alguien construyera mejor.

Turquía, sentada sobre fallas como un fumador sobre un barril de pólvora, sigue acumulando tragedias. El terremoto de 2023, que mató a 53,000 personas, parece haber enseñado tan poco como un examen reprobado. Los edificios siguen cayendo, los discursos siguen sonando, y la tierra, indiferente, sigue temblando. Al menos las réplicas son consistentes: primero el sismo, luego los políticos.

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