Un fiscal veterano asume la supervisión interna del Departamento de Justicia

Un Vigilante en la Tormenta: Mi Perspectiva desde las Trincheras Legales

Don R. Berthiaume asume una de las labores de supervisión más complejas del gobierno federal.

En mi larga trayectoria observando el entramado del poder en Washington, he aprendido que los nombramientos que parecen más técnicos suelen ser los más reveladores. La designación por parte del presidente Donald Trump de Don R. Berthiaume, un abogado gubernamental de carrera, para el puesto de inspector general interno del Departamento de Justicia es un movimiento que habla más de lo que parece. No se trata solo de colocar a un funcionario; es situar a un auditor interno en el epicentro de la tormenta. Estos profesionales, que suelen trabajar entre bastidores, son la conciencia institucional, y su labor es lo único que se interpone entre la integridad y el caos.

Recuerdo, en administraciones pasadas, cómo la figura del inspector general interino era un baluarte de independencia. La Casa Blanca ha formalizado ahora a Berthiaume en este cargo, encargándole la monumental tarea de supervisar las investigaciones internas sobre fraude, despilfarro y abuso en el FBI y la Oficina de Prisiones, entre otras agencias. La teoría dice que su trabajo es puramente de auditoría. La práctica, que he visto de primera mano, te enseña que es un equilibrio delicadísimo entre la lealtad a la institución y el deber con la verdad.

Berthiaume no asume este rol en un momento cualquiera. El Departamento de Justicia navega por aguas de una turbulencia pocas veces vista. He sido testigo de purgas y reestructuraciones, pero la reciente oleada de despidos y renuncias de fiscales y agentes, en lo que se percibe como una cacería de deslealtades, marca un punto de inflexión. Cuando un organismo de este calibre abandona casos de alto perfil y se otorgan indultos masivos, como los más de 1.500 para los acusados del asalto al Capitolio, el tejido mismo de la justicia se pone a prueba. La investigación más extensa de su historia queda, así, bajo una sombra de duda que el nuevo inspector general deberá disipar.

La lección más dura que me ha dejado este oficio es que la justicia es un ideal, pero su administración es profundamente humana y, por tanto, falible. El temor de que el Departamento esté siendo manipulado para fines políticos no es una teoría abstracta; es una percepción que corroe la credibilidad del sistema. El proceso judicial revelado contra el exdirector del FBI, James Comey, no hizo más que avivar ese fuego. Desde mi experiencia, cuando la ciudadanía pierde la fe en que sus instituciones pueden autocontrolarse, se pierde algo mucho más valioso que cualquier caso individual: se pierde la confianza en el contrato social que nos sostiene.

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