Un pacto de gas calienta relaciones sobre las cenizas de Gaza

JERUSALÉN, epicentro de la moralidad geopolítica flexible.

En un acto de sinergia estratégica que redefine el concepto de “diplomacia del contraste”, el mandatario israelí, Benjamin Netanyahu, proclamó con solemnidad la aprobación de un colosal contrato para exportar gas natural a Egipto. La cifra, de treinta y cinco mil millones de dólares, no solo es la más abultada en los anales energéticos del país, sino que, según fuentes bien informadas del cinismo, posee la milagrosa propiedad secundaria de sanar las heridas que la guerra en la vecina Gaza había infligido a la cordialidad bilateral. Nada repara mejor una amistad quejumbrosa que un ducto lleno de combustible fósil.

La titán petrolera Chevron actuará como la nodriza que extraerá el oro metano de las entrañas del Mediterráneo para amamantar al gigante egipcio durante los próximos quince años. La mitad del maná financiero irá a parar a las fisicalías del Estado hebreo, en una transacción donde todos ganan, especialmente aquellos que no están invitados a la mesa de reparto.

Los delicados hilos del entendimiento gasístico

En un mensaje videograbado, posiblemente desde una dimensión paralela donde la coherencia es un bien opcional, Netanyahu declaró que el pacto “consolida sobremanera la estatura de Israel como un pilar energético regional y coopera con la estabilidad en nuestra área”. La estabilidad, claro está, es un término relativo que se mide en metros cúbicos y fluye por gasoductos, no en vidas humanas.

Egipto, ese vecino que hace de muro y puente a la vez, ha desempeñado el papel de mediador clave entre Israel y Hamás, al tiempo que voceaba su consternación por una ofensiva que ha reducido a escombros buena parte de Gaza. El Cairo, maestro en el arte del equilibrio pragmático, aún no ha confirmado el anuncio, quizás buscando el ángulo correcto desde el que presentar este baile sobre la cuerda floja de la realpolitik.

El ministro hebreo de Energía, Eli Cohen, antes un recalcitrante opositor al trato por considerarlo lesivo para los intereses nacionales, apareció mágicamente transformado junto a Netanyahu durante el anuncio, bendiciendo los términos definitivos. Una lección ejemplar sobre cómo los principios, ante una montaña de miles de millones, pueden evaporarse más rápido que el gas en un día ventoso.

Ecos y reverberaciones de un negocio redondo

Mientras tanto, en otro acto de solidaridad internacional tan selectiva como lucrativa, legisladores alemanes dieron luz verde a expandir la compra del sofisticado sistema antimisiles israelí Arrow 3. El valor del acuerdo se disparó hasta los seis mil quinientos millones, coronándose como el mayor negocio de exportación bélica en la historia israelí. Alemania, en su búsqueda por reforzar sus defensas frente a la amenaza rusa, encuentra en Israel un socio de confianza. El mundo, así, perfecciona su coreografía: unos venden el escudo, otros el combustible, y todos proclaman su inquebrantable compromiso con la paz, un bien que curiosamente nunca parece incluirse en los contratos multimillonarios.

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