Un trasplante de riñón transmite rabia y causa una muerte, según confirma el CDC

Las autoridades sanitarias de Estados Unidos han confirmado un caso fatal de rabia transmitida a través de un trasplante de órgano, un evento extremadamente raro que pone de relieve los complejos protocolos de seguridad en la medicina de trasplantes. A principios de 2025, un paciente en Michigan falleció tras contraer la enfermedad al recibir un riñón de un donante fallecido que, de manera inadvertida, portaba el virus. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) documentó el caso, detallando la cadena de eventos que llevó a esta trágica consecuencia.

Según el informe oficial, en diciembre de 2024 un hombre adulto recibió un trasplante de riñón izquierdo de un donante originario de Idaho en un hospital de Ohio. El procedimiento pareció inicialmente exitoso. Sin embargo, aproximadamente cinco semanas después, el receptor comenzó a experimentar síntomas neurológicos graves, incluyendo temblores, debilidad en las piernas, confusión e incontinencia urinaria. Estos signos, inicialmente inespecíficos, se agravaron rápidamente.

Siete días después del inicio de la sintomatología, el paciente requirió hospitalización urgente. Su cuadro clínico había evolucionado para incluir fiebre, hidrofobia (temor al agua), disfagia (dificultad para tragar) e inestabilidad autonómica, lo que finalmente lo llevó a depender de ventilación mecánica invasiva. Ante esta presentación clínica tan característica, el personal médico sospechó de rabia, una enfermedad viral casi invariablemente mortal una vez que aparecen los síntomas neurológicos.

La hipótesis se confirmó de manera trágica al rastrear la historia del donante. La investigación reveló que, a finales de octubre de 2024, el donante había sufrido un arañazo en la espinilla que sangró durante un encuentro con un zorrillo en su propiedad rural. El hombre sostenía a un gato cuando el animal salvaje se acercó; durante el forcejeo, el zorrillo quedó inconsciente. El donante no creyó haber sido mordido y, aparentemente, no consideró el riesgo de rabia como significativo. No recibió profilaxis post-exposición.

Cinco semanas después de ese incidente, el propio donante comenzó a mostrar signos neurológicos: confusión, dificultad para tragar y caminar, alucinaciones y rigidez en el cuello. Finalmente fue encontrado inconsciente en su casa tras un presunto paro cardíaco. Aunque fue reanimado y hospitalizado, nunca recuperó la conciencia. Su muerte, y la posterior donación de órganos, ocurrieron sin que se hubiera identificado la rabia como causa subyacente. Los protocolos de evaluación estándar, que incluyen historiales médicos y pruebas para patógenos comunes, no detectaron esta infección particular.

El receptor del riñón falleció una semana después de su hospitalización. Los análisis de laboratorio realizados por el CDC fueron concluyentes: se detectó ARN del virus de la rabia en muestras de su saliva, piel y tejido cerebral. Además, se identificaron anticuerpos específicos contra el virus en su suero. La secuenciación genética determinó que la variante viral involucrada era la asociada al murciélago de pelo plateado (Lasionycteris noctivagans), lo que indica que el zorrillo actuó como un huésped intermedio, un vector que adquirió el virus de su reservorio natural en los murciélagos.

Este caso representa el cuarto evento de transmisión de rabia a través de un trasplante documentado en los Estados Unidos desde 1978. El CDC enfatiza que, a pesar de la gravedad del incidente, el riesgo general de contraer cualquier infección a través de un órgano trasplantado, incluida la rabia, sigue siendo muy bajo. La red de procuración y trasplante implementa rigurosas evaluaciones para minimizar estos peligros. Sin embargo, este evento subraya los desafíos inherentes a la detección de infecciones de incubación prolongada y presentación atípica en potenciales donantes.

La rabia tiene un período de incubación que puede extenderse por semanas o incluso meses, tiempo durante el cual el virus puede estar presente sin causar síntomas evidentes. Esto crea una ventana de riesgo en la que un donante, aparentemente sano, puede albergar el patógeno. El caso actual destaca la importancia crítica de una anamnesis exhaustiva que indague sobre posibles exposiciones a animales, incluso aquellas que el propio individuo pueda considerar menores, como rasguños. También pone en perspectiva el equilibrio constante entre la urgente necesidad de órganos para salvar vidas y la obligación de garantizar la máxima seguridad posible para los receptores.

Para el sistema de salud pública, el incidente sirve como un recordatorio de la persistencia de enfermedades zoonóticas y de la necesidad de una vigilancia epidemiológica constante. Para las familias involucradas, es una tragedia que surgió de una cadena de circunstancias improbables. El análisis final del CDC no solo busca cerrar la investigación de este caso particular, sino también reforzar los protocolos para que la lección aprendida contribuya a mejorar los sistemas de evaluación de donantes y, en última instancia, a prevenir eventos similares en el futuro.

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